My Hero Academia de Kōhei Horikoshi


La cuarentena es una cornucopia de tiempo. Desgraciadamente, en esta situación uno puede no tener la concentración idónea para abordar los grandes clásicos de la literatura. Queriendo distraer la mente, me acordé de Boku no Hero Academia. Ha llovido desde que supe de su existencia. Era 2014 y Masashi Kishimoto ponía punto final a la obra que lo catapultó internacionalmente.

La despedida de Naruto avivó las quinielas sobre cuáles serían los sucesores de los "Tres Grandes" que habían estado copando las listas de ventas de la última década. Aunque Bleach bajaría el telón dos años después en 2016, One Piece sigue hoy en día al pie del cañón. Casi veinte años y cien volúmenes después de su primera página, el viento sigue soplando a su favor.

Entre las series que se barajaban como sucesoras estaba este shōnen (cómic japonés para chicos adolescentes) creado por Kōhei Horikoshi. Su originalidad reside en que aborda el género de los superhéroes estadounidense desde el punto de vista del manga. El estilo de dibujo es lo que más captó mi atención pero, por lo que fuera, nunca pasé de los primeros capítulos.

Durante el confinamiento, he consumido los 266 capítulos publicados. Digo "consumido" y no "leído" porque he acabado avanzando en diagonal, entendiendo por qué lo he empezado tantas veces. La verdad es que me ha parecido un tostón. La japonización de los superhéroes se llena de burocracia y restricciones en la tierra del Sol Naciente.

El argumento nos presenta una realidad paralela donde casi toda la Humanidad ha recibido superpoderes. Sin embargo, un chico cuyo mayor anhelo es ayudar a proteger el mundo es de los pocos que carece de don alguno. Izuku Midoriya está a punto de abandonar su sueño cuando conoce al todoporeso All Might, que le revelará un secreto que cambiará su vida.

Si bien el planteamiento no destaca por su inventiva, al menos parece la promesa de algo fascinante. Pero no. Los personajes deben ir a la escuela de héroes para licenciarse, unas clases que yo no pagaría ni loco, pues los aprendizajes se basan en poner a los chavales a darse palos y, luego, soltarles cualquier perogrullada.

A lo mejor en el último año, la trama y ciertos personajes han ganado interés, haciéndolos menos maniqueos, pero, en general, su protagonista y la progresión de la historia aburren. Midoriya es tan soseras que, a diferencia del resto de shōnen en los que el protagonista es el primero de las encuestas de popularidad, aquí es superado por su amigo y rival, Katsuki Bakugo.

No resulta graciosa y las escenas de acción son muy confusas. Tiene muchas bromas trasnochadas, como las del alumno pervertido, y otras tan recurrentes que parecen fotocopias. Si tuviera que salvar algo sería el estilo, que me parece distinto al de otros manga. Incluso en el diseño de personajes se distancia de lo habitual, aunque sus decisiones no siempre me parezcan acertadas.

Me encanta, por ejemplo, la estética de Tsuyu Asui, la heroína con poderes de rana, pero luego Mashirao Ojiro me parece bastante cutre, y Mezo Shoji, muy desagradable. Y es que el autor tiene cierta tendencia al feísmo. Como es habitual (y penoso) en el manga, las chicas tienen poco peso y sirven como fanservice o mera comparsa de las figuras masculinas.

En definitiva, no creo que My Hero Academia se convierta en una de mis series favoritas. Lo más irónico es que volví a interesarme por la serie a raíz de su publicación en la web oficial de Manga Plus, pero ha sido Naruto a la que me he enganchado de nuevo. Pese al mal recuerdo que me dejó su tramo final, estoy disfrutando y apreciando muchas cosas que no vi en su momento.

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