Las penas del joven Werther de Goethe


Sin quererlo, Goethe escribió a sus veinticuatro años una obra cuyo éxito lo perseguiría hasta el último de sus días. Ninguna de sus obras posteriores tuvo una fama comparable entre el público de la época. El impacto de Las penas del joven Werther (1774) fue tal que hubo lectores que replicaron no sólo la forma de vestir del protagonista, sino también su trágica decisión.

No es exagerado decir que, incluso a día de hoy, la historia de un joven que defiende el suicidio causa estupor. La mayoría de editores se lo pensarían más de dos veces antes de tomar la decisión de publicarla, si acaso lo hicieran. ¿Quién se arriesgaría a publicar algo que pudiera inducir a sus lectores a quitarse la vida?

Mi primer pensamiento cuando vi la fecha y el saludo encabezando el primer capítulo a modo de carta fue de horror. He leído muy pocas novelas epistolares, la mayoría por exigencia de los estudios, pero de ninguna tengo un recuerdo agradable. Esta es la única novela de este género que no me ha parecido un peñazo. Al contrario, la he devorado.

Y no es que le guarde ningún cariño a Werther. Su actitud me parece egoísta, digna de alguien que nunca ha tenido que dar un palo al agua, pero su voz narrativa te arrastra con él. Como, al principio, presenta el paraje idílico en el que se encuentra para luego, poco a poco, ser arrastrado por su obsesión hacia Lotte.

Mi mayor alegría es haberla disfrutado. Me gusta las imágenes que arroja a la mente del lector, o cómo conecta el comienzo con el final a través de diversas situaciones y personajes. La traducción de Isabel Hernández (Alba Editorial) acierta con cada palabra que elige. El suicidio es algo terrible, pero la fascinación que provoca esa mirada al abismo no tiene parangón en el arte.

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