Infiltrado en el Kkklan

BlacKkKlansman (2018)

Tenía muchas ganas de verla, pues por el tráiler, el cartel promocional y el título parecía una comedia capaz de combinar el humor más burro con la crítica más afilada. Pero, pese a las buenas críticas en internet, tanto mi pareja como yo nos llevamos un chasco. Ni una risa.

El primer problema vino con la aplicación de Amazon Prime para Smart TV. Sólo mostraba como opciones de audio disponibles el inglés y el español de Latinoamérica. Empezamos con la pista en español, pero terminamos poniéndola en inglés porque no nos acostumbrábamos al acento. Cuando terminamos de verla, descubrí que en la app de móvil sí que estaba el doblaje de España. Aunque no sé si con él nos hubiera podido resultar graciosa.

El segundo fue el cúmulo de pequeños detalles que no llegamos a entender. Por ejemplo, se incide mucho en el acento entre Black English e inglés estándar. El protagonista, Ron Stallworth, primer policía negro contratado en el departamento de policía de Colorado Springs, inicia una serie de conversaciones telefónicas con el líder del Ku Klux Klan, haciéndose pasar por blanco. Se suponía que cambiaba la pronunciación... pero no notamos nada.

Cada vez que descolgaba el teléfono y se "blanqueaba" la voz, para nosotros sonaba exactamente igual. Llegamos a pensar si acaso era una ironía, que los personajes se referían a una supuesta diferencia que nunca se da porque es fruto de los prejuicios. Pero, vamos, no creo. Lo mismo sucede cuando su compañero blanco debe hacerse pasar en persona por el personaje que Stallworth interpreta por el auricular del teléfono. Le dice que cambie su forma de hablar, pero no advertimos diferencia alguna.

Luego, tampoco entendemos muy bien si la película apunta hacia algún objetivo más allá de la ridículización y la crítica directa de los neonazis y, consecuentemente, de Trump, el presidente que les está dando manga ancha. No es que resulte injusta o errónea. Al contrario, es totalmente acertada, pero en la trama da la sensación de que faltan cosas. La relación entre los dos policías no se desarrolla en absoluto, como tampoco la premisa de que el protagonista sea el primero policía negro.

Da la sensación de que lo tiene muy fácil, más allá del personaje gilipollas de turno que le toca las narices. También se desvela que el compañero es judío y está empezando a sentir la presión por ocultarlo ante el clan de los encapuchados, pero la cosa se queda ahí. No hay mucha profundidad en los personajes, ni de un bando ni de otro. Da la sensación de que todo es muy plano, como cabría esperar de una comedia tonta. El hándicap es que la parte de las bromas nos rehuyó durante las más de dos horas.

Entre la incomprensión y el tenerla que escuchar en inglés un domingo de sofá después de comer, no la disfrutamos. Cuando al final se proyectan imágenes documentales de los disturbios de Charlottesville en 2017, de discursos recientes del exlíder del Ku Kux Klan y cortes de Trump soltando atrocidades, uno se pregunta si algún espectador las necesitaba, si acaso la intención de la película, llena de paralelismos marcadamente explícitos con la actualidad, no había sido meridianamente clara con ello.

En resumen, fue una pena, porque queríamos disfrutarla y no pudimos. Ni su trama nos enganchó, ni su humor nos hizo llorar, ni su mensaje nos impactó. Fueron ciento treinta y cinco larguísimos minutos, en los que tuvimos que hacer una pausa para decidir si la terminábamos o no. Nos equivocamos.


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