Latrocinios sin castigo: El fundador y El reino

El fundador
(The founder, 2016)

No sólo tuvo que pasar un lustro para viera Birdman en Netflix. The founder llevaba olvidada en mi cola de pendientes de Amazon Prime Video casi desde los inicios de la plataforma en España. Los listados para ver más tarde son un arma de doble filo, pues confieren tal sensación de tranquilidad que terminas por postergarlas sine die.

El regreso de Michael Keaton se selló encarrilando tres peliculones: la citada comedia de Iñárritu en 2014, Spotlight en 2015 y The Founder en 2016. El que fuera Beetlejuice bajo la dirección de Tim Burton encarna aquí un personaje bastante más desagradable. Ray Kroc es un vendedor de máquinas de batidos que, por casualidades del negocio, conoce a los hermanos McDonald's.

Cuando va a servirles una cantidad sospechosamente alta de máquinas descubre que ambos han aplicado una especie de sistema fordista a su hamburguesería, que entrega los pedidos en un tiempo récord. No hace falta esperar. Este nuevo concepto atrae a Kroc, que convencerá a los hermanos de extender el negocio desde San Bernardino a todo Estados Unidos.

Es el comienzo de una de las cadenas de comida rápida del mundo... y también de uno de los robos más descarados. El descenso a los infiernos del protagonista representa su imparable ascenso social. El retrato de Keaton es desasosegante y enfermizo. La avaricia del personaje no tiene medida ni escrúpulos. Nadie se interpondrá entre él y el éxito. Vivimos en una sociedad podrida.


El reino (2018)

Pero para hablar de corrupción, no hace falta coger el avión. El reino de Sorogoyen (Que Dios nos perdone) expone con ojo analítico las diferentes tramas "casi" mafiosas que hemos podido ver, sufrir y olvidar en España a cargo de los partidos políticos. Sin dar siglas, pero sí unos guiños clarísimos, podemos reconocer casos como el Gürtel o la Púnica.

Todo está tan bien montado que sólo cuando uno de ellos se siente traicionado por esa gran familia de traidores se destapa todo. Antonio de la Torre, sin ser capaz de hacer un papel malo, interpreta al cabeza de turco al que cargan con toda la mierda... con una salida hacia EE.UU. tan bien remunerada que la mayoría de nosotros prepararíamos las maletas incapaces de renunciar a ese sueño.

Pero Manuel tiene su orgullo. Le jode que después de todo lo que ha tapado, después de todos los culos que ha salvado, sea su nombre el único que arrastren por el barro para aupar a otro. Él no se lo merece. Él no es peor que los demás y hará todo lo posible para que el resto se hunda con él, que la sociedad note el hedor a tarquín que esconden esos trajes que acaparan sus votos.

La intriga se volverá cada vez más tensa y disparatada. El final, en mitad de la noche y en mitad de los focos, se asemejará más a una pesadilla que al Cielo redentor que ansiaba el personaje. Y eso está bien. Porque después de dos horas de no poder despegarnos de la ficción, tenemos la estocada que nos vomita la indignante realidad. No tienen vergüenza.

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