Que Dios nos perdone de Rodrigo Sorogoyen [SIN SPOILERS]


Ya he dicho más de una vez que el cine español ha encontrado un filón con el cine de suspense policíaco. Es menos espectacular que el estadounidense pero nos muestra una realidad y unos personajes más cercanos, más reconocibles. También busca una mayor verosimilitud. Los análisis de ADN no se hacen en dos horas para agilizar el ritmo de la trama, ni la taquillera recuerda haberle vendido el sábado pasado una entrada a la mujer de la foto.

Alfaro (Roberto Álamo) y Velarde (Antonio de la Torre) saben bien las horas que hay que gastar mirando archivos y grabaciones de cámaras de seguridad. Más Velarde que, con problemas para socializar y gran capacidad para analizar datos, dedica horas y horas a revisarlos. Alfaro, en cambio, pierde la paciencia pronto. Es un policía ultra violento. Pero no de una violencia guay. Su actitud asesina y desesperada incomoda tanto como la de un maltratador.

No se obvia la visión fascistoide y desafecta que la ciudadanía española golpeada por la crisis tiene de la policía. Tampoco la película la disculpa o defiende. Hay razones de mala praxis profesional y hay razones humanas, problemas personales, imperfecciones. A diferencia de Grupo 7, Celda 211 o El Niño, el tándem no lo forma un buen actor y un niño guapo. Ambos están a la altura, me gustaron mucho. Creo que hicieron un buen casting, si exceptuamos la escena de la vecina cotilla.

Los casos molones del cine made in USA no los encontraréis aquí. Alfaro y Velarde tienen que encontrar a un asesino de viejas. En la mesa de autopsias no hay bellas jovencitas de cuerpos níveos depilados sino cuerpos abotargados, morados y varicosos de ancianas, con sus pechos arrugados y sus coños peludos. No hay nada bonito y no dejan de recordárnoslo. Los personajes viven asfixiados en un ambiente tenso, incómodo, bajo constante amenaza de bomba.

Sin embargo, si bien me gusta la visión distinta de los casos que ofrece el cine patrio, superando la falta de espectacularidad visual con personajes más redondos y una ficción más verosímil y menos cliché, se abusa de crear falsa expectación. Las veces que suena música de suspense sin que acabe sucediendo nada son demasiadas. Y aunque pretenda ceñirse a la realidad, también se hubiera agradecido un respiro, algo de fantasía, una mínima sonrisa de descanso y esperanza.

Que el título de la película y el tráiler den una falsa idea de la relevancia que tiene la religión o la Iglesia en la trama tampoco me gustó. La llegada del Papa repercute en la trama en cierto modo pero no deja de ser un lienzo de fondo, un acontecimiento destacable para contextualizar el momento en que sucede todo. El caso tiene su qué, pero al final resulta más interesante saber qué le sucederá a la pareja protagonista que descubrir quién era el asesino.

Los dos párrafos anteriores parecen que anuncien un gatillazo. Lo cierto es que, aunque el final no me entusiasmó, sí que me pareció mejor que el de No habrá paz para los malvados, La caja 507 o La isla mínima. Las puyitas a los clichés de detectives hollywoodienses, los diálogos y la atmósfera enfermiza me tuvieron clavado a la butaca sin aburrirme. Los personajes y los actores que los interpretan son, sin duda, lo mejor. Geniales.

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