Alice in Borderland

La adaptación del manga Alice in Borderlands (2010-2016) de Haro Aso ha tenido una buena acogida en Netflix. Su éxito nos empujó a verla y, aunque la idea es impactante, nos dio la sensación de que podría caer en el mismo error que Perdidos. ¿Sabrán darle un sentido a toda esta trama distópica donde jugar alarga tu vida y perder termina con ella?

El protagonista, Arisu, es un chaval que se pasa las tardes jugando a videojuegos. Su hermano y su padre lo consideran un parásito. Harto de que le acusen de no hacer nada, decide marcharse de casa. Mientras está en el bullicioso cruce de Shibuya con sus colegas Karube y Chōta decidiendo qué hacer, todo el mundo a su alrededor desaparece.

Cae la noche sin haber encontrado a nadie más. De repente, una luces se encienden y los conducen hasta un edificio donde está a punto de iniciarse un "juego". A ellos se une otra participante más, quien les revela que su tiempo en este extraño mundo es limitado. Cada victoria otorga "visados" en forma de naipes. Los puntos de cada carta son nuevos días de vida para los ganadores.

Hay cuatro tipos de pruebas de acuerdo con los palos de la baraja francesa: los diamantes implican utilizar la lógica; las picas, ejercicio físico; los tréboles exigen cooperación; y los corazones exprimen psicológica y emocionalmente a sus participantes. En caso de caer derrotado, un fulminante rayo láser disparado desde el cielo atraviesa el cráneo del jugador.

La mezcla de ciencia ficción, suspense y rompecabezas es muy atractiva, pero chirría en varios puntos. Las exageradas reacciones de los actores nipones me resultan histriónicas y me sacan de la ficción. Los muchos elementos extraídos tal cual del cómic tampoco ayudan. Lo que en papel resulta fascinante e impactante, muchas veces queda ridículo en carne y hueso.

Y es que se nota demasiado que el material proviene de un manga para adolescentes. Les han quitado los uniformes de instituto a los protagonistas, pero siguen siendo tan mojigatos en su comportamientos como ingenuos en su lógica. Irónicamente, Netflix ha tenido que suavizar el tono de la obra original debido a sus elevadas dosis de violencia y escenas casi pornográficas.

Tanto el tebeo como la adaptación cojean por la irregularidad de las pruebas. Las hay que ofenden de lo básicas o lo tópicas que son, y las hay que sorprenden por su originalidad o por su resolución. He podido detectar que los puzles demasiado inspirados en el folclore japonés han sido occidentalizados en la serie, entiendo que para poder llegar a un público más internacional.

Hay variaciones en el orden de los acontecimientos narrados. En el cómic me parecen hilados de manera más comprensible. El problema es que a medida que progresa la historia, las parrafadas se multiplican en ambos medios. Se persigue darle tintes metafísicos a lo que en principio prometía ser pura adrenalina y, personalmente, acaba cansando.

Muchas reflexiones son simplistas o están manidas. Las hemos escuchado en mil sitios cuando se plantea la cercanía de la muerte. Aunque Netflix no ha esquivado las peroratas, sus ocho episodios se hacen más llevaderos que los 18 volúmenes del manga. La primera temporada abarca ya la mitad de los tomos, es decir, unas 1350 páginas.

La lectura de la obra de Haro Aso, sin embargo, me ha servido para despejar mis dudas. El final no defrauda como Perdidos. El autor no explica muchas cosas, pero es lo suficiente hábil para terminar la aventura sin que el lector precise de más aclaraciones. Si bien tanto en la tele como en el cómic Alice in Borderland tiene puntos a favor y en contra, no creo que la recomendase.


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