Voy al teatro poco, por no decir casi nada. Y no estoy hablando sólo de la situación actual. No es que no me atraiga, es falta de costumbre. No ayuda el precio, que resulta caro en comparación con el cine. Dos entradas para una película cuestan 16€, mientras que dos en el palco del Teatre Princial de Sabadell nos costaron 34€ siendo las más baratas.
Aclaro que en ningún caso afirmo que sea caro respecto al trabajo realizado. Vista la obra, me parece barato: por la originalidad del guion, por las actuaciones y por el despliegue técnico. Mi pareja supo de ella por las noticias. De què parlem quan no parlem de tota aquesta merda utiliza una anécdota escatológica como metáfora de la situación actual del planeta.
La compañía teatral La Calòrica, es decir, la misma que ha ideado la función, se muda a un nuevo local de ensayo. Un mal día, el lavabo empieza a escupir heces como un tertuliano de televisión. Lo que parece un desafortunado incidente revela consecuencias más graves en la estructura del edificio, que corre el riesgo de desmoronarse en un futuro.
Cual es su sorpresa cuando tratan de encontrar una solución rápida con los vecinos y, pese al consenso general del peligro que corre el bloque, nadie tiene prisa por hacer nada. En paralelo, una "evangelista" a sueldo de las grandes corporaciones ofrece una conferencia en un simposio contra el cambio climático con una capacidad de persuasión inquietante.
La historia de la compañía teatral es disparatada e histriónica. Los actores se interpretan a sí mismos a la vez que se meten en la piel de todos los vecinos. La reunión de escalera es hilarante. Cambian de un personaje a otro es un chasquido, modulando la voz, el acento, el lenguaje corporal. La parte de la oradora va en dirección opuesta.
Más allá de los personajes que pululan a su alrededor, la voz de esta abogada del diablo es un cañón de palabras. Convencida y convincente, clava cada letra. Especialmente al comienzo de la obra, me descolocó. No sabía si la persona que tenía ante mí era una encargada del teatro soltándonos una propaganda de ONG, o era el inicio de la representación.
Rodeando los lados y la parte trasera del escenario como una valla, una pantalla hace de fondo, de pared y de proyector. Al principio muestra un telón. Luego se levanta para mostrar las bambalinas, de donde entrarán y saldrán los distintos muebles que configuren el decorado. Alzada, servirá de soporte para mostrar los documentos audiovisuales que corroboran que estamos ante un relato fidedigno.
O, al menos, todo lo fidedigno que puede ser un guion metareferencial lleno de gags cómicos y de reflexiones incómodas que gira entorno a un váter. Porque el retrete se encadena al proscenio como un ecologista a un árbol, de principio a fin. Y tiene todo el sentido del mundo, si todo gira únicamente alrededor de esa mierda que todos evitamos afrontar.
De què parlem quan no parlem de tota aquesta merda me ha gustado mucho y la recomiendo. Tiene grandes actuaciones, Es crítica sin dejar de ser divertida ni tomarse demasiado en serio. No es superflua y es muy original. A lo mejor a quienes van al teatro no les impacte tanto, pero a mí me dejó con la boca abierta en más de una ocasión. Sin duda, es dinero bien invertido.
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