No suelo leer novela policiaca. Aunque tengo muy presentes Roseanna de Maj Sjöwall y Per Wahlöö, que me gustó, y Plan B de Chester Himes, que me enamoró, me sobrarían dedos en el cuerpo para contar cuántos libros del género han pasado por mis manos. En una librería, difícilmente me van a encontrar frente al abecedario de Sue Grafton o las tramas venecianas de Donna Leon.
Elegí Fría venganza por cuatro razones. La primera es que buscaba una lectura ligera. La segunda es aquella por la que no debe juzgarse un libro, pero el aroma a western clásico de la foto de la cubierta me disparó directo al corazón. La tercera viene en consonancia con la anterior, y es el estilo lacónico del narrador. La cuarta es puramente económica: estaba en Kindle Unlimited.
Craig Johnson firmó en 2004 la primera aventura del sheriff Walt Longmire. Dieciocho años después suma veinticuatro, lo cual supone una media anual envidiable. No seré yo quien los lea, sinceramente. El tono de vaquero que está por encima de todo, al igual que sus colegas, me ha agotado antes de llegar al ecuador. Demasiada testosterona y demasiados clichés por centímetro cuadrado.
Todos son hijos e hijas de Charles Bronson. Ningún diálogo suena natural. A nadie se le escapa una réplica que no se haya repetido ya en cien mil películas de acción. El juego está en adivinar si la dijo Stallone, Van Damme o Statham. Al principio, lo disfrutaba mucho, pero cuando el personaje se vuelve repetitivo en sus respuestas, aburre.
Hace tiempo que aprendí a abandonar los libros que no consiguen engancharme, pero en esta ocasión decidí vencer el hastío para no dejarlo a medias. Fue decepcionante. El giro de la trama con pasado sorpresa del asesino es el auténtico crimen de esta novela. Con otra muesca en la culata de la pistola, monto en mi caballo y me marcho de este pueblo sin intención de volver. ¡Yee-haw!
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