Clase de actuación (2020)
«Supongo que todos os habéis apuntado a las clases porque os consideráis inadaptados sociales, ¿no?». Es el segundo día del curso de interpretación en un centro cívico y el profesor ha dejado ir esta perla. Los alumnos, un grupo variado de jóvenes, ancianos, desempleados, pluriempleados, madres solteras y matrimonios con problemas, se queda atónitos.
Esta frase marca el tono de Clase de actuación: una obra hipnotizante, incómoda, ridícula. El desarrollo de un cursillo aparentemente anodino se convierte en un oscuro viaje al fondo de las conciencias de un variopinto elenco de perdedores. Las sospechas acerca del profesor crecen a cada página volteada. ¿Realmente le está enseñando teatro, o pretende algo más?
La atmósfera y la evolución de la trama son magníficas. El lector siente cuán inestable es el terreno bajo sus pies. ¿Está contemplando la realidad, una representación dramática, un sueño, acaso los pensamientos de los actores amateurs? El dibujo es feísta y desangelado, inquietante. Me recuerda al de Alberto González (Humor cristiano, Todos los hijos de puta del mundo).
Parecen calcos de fotografías a los que se ha decidido aplicar una paleta de colores planos y sombríos. Hay rostros que apenas se distinguen, y no sé si es falta de talento del autor, o busca causar aún más confusión. Y puede que sea ambas cosas. Lo importante es que funciona, y contribuye a generar una sensación de desasosiego constante.
Beverly, su primer libro publicado cuatro años antes, tiene ciertas similitudes. También hace uso de un trazo bien definido, sin tramas ni mancha. Si bien los rostros de los personajes son igual de opacos, al ser menos detallados, no resultan tan desagradables. Ayuda que el color no sea tan oscuro, que dominen los tonos pastel y el amarillo en fuerte contraste con lo que se cuenta.
Abundan las líneas rectas en la composición, en los fondos. La anatomía, cuadrada y rígida, es digna de Botero. Aquí recuerda mucho a Chris Ware, tanto en el estilo de dibujo y el diseño de página, como en su interés desmedido por mostrar la soledad y desamparo de la sociedad estadounidense contemporánea. Ambos deben de ser grandes amantes de Hopper.
Beverly es un compendio de historietas acerca de la vida en la región del Corn Belt estadounidense que, en general, no me ha entusiasmado. El mismo enfoque pesimista se repite en cada una de ellas sin aportar nada sustancial. El relato de Virgin Mary, en cambio, me ha parecido excepcional. En él, Drnaso narra la desaparición de una estudiante a través de los chismes que recorren su instituto y vecindario. Es tan original como demoledor.
Ahora sólo me falta por leer su segundo trabajo, Sabrina, que llegó a ser nominado al Booker Prize de 2018. Aunque fue el primero suyo que conocí, no lo compré porque pensé que se trataba de un cómic pretencioso y sin contenido. Sabiendo lo que sé ahora, dudo que me deje indiferente. Es más, de seguir in crescendo, la obra de Drnaso sólo puede ampliarse con auténticas joyas.
Beverly (2016)
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