Cavando en mi montaña de pendientes: Gold y Brokeback Mountain


Gold, la gran estafa (Gold, 2016)

Gold es una película que me recordó bastante a El lobo de Wall Street. No es tan desquiciada ni histriónica, pero tira del mismo buscavidas canalla que sueña con pegar el pelotazo. No está Di Caprio, pero volvemos a tener a Matthew McConaughey haciendo de Matthew McConaughey, sólo que en este caso, en lugar de ser un bróker, es prospector.

Estando en la más absoluta mierda, trabajando desde un bar tras el hundimiento de la empresa de su padre, McConaughey decide apostar todo lo que le queda a un único caballo, un geólogo que podría haber encontrado un filón en Indonesia. Hay mucho jijí y jajá, y mucho triunfalismo capitalista con sus mensajes de superación, para lo que es la explotación de una selva a costa de los indígenas que viven en ella.

La meca del cine se alinea con el mensaje institucional de Occidente para vendernos que ese camino mola. Arriesgarse, arriesgando contigo la vida de otra gente decente, está guay. Al final, obviamente, no todo es tan bonito, pero está guay. Me entretuvo, pero adiviné el final desde el minuto veinte. Esperé hora y media más para ver si los guionistas corregían mi hipótesis, pero no fue así.


Brokeback Mountain (2005)

Llevaba tiempo que quería verla por varias razones. La primera es que adoro el western, y la segunda es que me encantan las comedias románticas. Esta sabía que no era un drama, aunque esperaba una bonita historia de amor, además de preguntarme cómo iban a casar estos dos mundos tan, en principio, antagónicos.

Cualquiera que haya visto una película del Oeste sabe que en ellas los romances no son lo más complejo que uno pueda encontrarse, ni la actitud de macho alfa de muchos héroes con espuelas parece ser el lugar más amigable para la relación entre dos hombres. Esto último queda claro en el relato de Brokeback Mountain.

Sin embargo, me ha defraudado. No porque sea una mala película, o tenga malas interpretaciones. Al contrario, todo lo que hace lo hace bien. Pero es cierto que desde mi vena más cursilona esperaba menos realismo y que ambos amantes salieran del cascarón de algún modo. Me quedé con la ganas de disfrutar un final más esperanzador y menos estoico.

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