Lampedusa, traducción libérrima del título À ce stade de la nuit de Maylis de Kerangal, es un texto breve, brevísimo, de contundente carga lírica. De noche, a raíz de la noticia del naufragio de una patera en las costas de la isla italiana de Lampedusa, tragedia de 2013 que hace eco en mi memoria, se desata una reflexión de carácter más estética que ética.
No abandona la crítica moral ni política, pero esta se queda en apenas un puñetazo. La pura batalla es formal, es el discurso. Debería atacar el escrito por superficial, por diletante, por aprovechado, pero es tan admirablemente bello, está tan bien escrito (te arrastra a través de oraciones que parecen no acabar, que te dejan sin aliento), que me resulta imposible no juzgarlo como una lectura gozosa.
El monólogo interior nos acompaña desde de la Italia decimonónica de Il Gattopardo de Visconti a las songlines de los aborígenes australianos, desde la comodidad de su vivienda parisina viajamos a cualquier lugar del mundo en el que pueda soñar, sin trabas ni fronteras cerradas: el origen de los topónimos, la singularidad de las islas, la cartografía del mar.
No sin razón, ha habido quien ha tachado el libro de efectista. Todo el mundo queda embelesado por la bella tragedia, todo el mundo arrima el hombro cobarde para la foto porque todos queremos ser partícipes del desastre cuando no nos sobreviene, ni amenaza con hacerlo. Son pobres libaneses ahogados mientras no sean los inmigrantes que te "quitan el trabajo", que "se llevan todas las ayudas".
Es como un capítulo de Rayuela. Cortázar divaga caótico entre "alta cultura" y mate, embriagándote lo suficiente para no vislumbrar el terror subyacente que en su momento diste por bueno, que permitiste en nombre de la "excelencia" artística. Años después corroboras que Rocamadour desnudó la pretenciosidad inane de Oliveira, nos mostró la auténtica naturaleza del miserable del intelectual.
En este sentido, escritor argentino y autora francesa pueden recibir los mismos golpes acusadores. Puedo darles la espalda, pero no puedo dejar de pensar en ellos, en la potencia de su prosa, de lo que me hicieron sentir. Soy culpable, me ha encantado este libro.
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