Descubrir, sentir en el propio corazón, cómo una persona de cincuenta años, pero apenas veinte vividos con alegría desenfrenada, recae, de nuevo, en una de esas terribles etapas, aisladas las unas de las otras, molestias en la senda por recorrer, arenilla en los ojos que poco a poco va haciéndose fuerte, va formando piedras, cascotes, rocas, minas, montañas de dureza insostenible, de peso abrumador sobre esta persona, que se deja aplastar, se va dejando pisar como ante una inercia irreversible cuyos periodos de duración crecen sin mesura, se comen las sonrisas, desiertos de piedras que derrotan al mar, que lo encaman y lo anulan, la sombra que se come la luz de lo que más quieres; descubrir, ver esto, es sin duda la desesperación.
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