Aunque es de la etapa en que ya Woody Allen no me gusta tanto, al menos la película tiene un buen cierre y tenemos a un buenísimo Allen interpretando a un judío obsesionado con que el resto del mundo es antisemita y quiere matarle.
Sin embargo, tres cosas. La primera es que la relación entre Jason Biggs y Christina Ricci está calcada en la de Jesse Eisenberg y Ellen Page de A Roma con amor (la historia del arquitecto). La segunda, donde los afectados son tanto Biggs como Eisemberg, es que los estilistas asesoren a Allen para que deje de vestir a los chavales como viejos, con la camisa metida dentro de los pantalones de paño marrón.
Y la tercera es que, no sé si por indicación del director o efecto mimético, es insoportable ver a tantos actores no interpretando un papel sino imitando a un personaje. Woody Allen es Woody Allen y punto: ver al resto hacer los mismo gestos, repetir los mismos tics, balbucear y dubitar como él, es tan patético como ver un recital de imitadores de Chiquito de la Calzada.
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