Odiar Lyon

Ahora que estoy cansado y con la cabeza embotada y poco lúcido, escribiré sobre la ciudad de Lyon. No quise escribir recién llegado por tal de evitar que mi ira afectara lo escrito pero veo, apesadumbrado, que cada vez que me pongo a ello se me encabrona la zona inguinal. No tiene sentido esperar más. Despotrico ahora que me aburro y tengo que matar el rato.

El viaje en avión a la capital francesa puede parecer engañosamente barato. El sablazo viene después del vuelo, cuando para ir del aeropuerto a la ciudad tienes que pagar un tranvía cuyas tarifas son abusivas (28 euracos ir y volver, 24,50€ si lo compras a través de la Web) y donde no tienen una puñetera taquilla para atenderte, sólo unas cuantas máquinas que escupen tu tarjeta cuando les viene en gana. El Roñaexprés será moderno y cómodo pero eso no quita que sea una tragaperras sobre raíles y que los del ayuntamiento sean unos viles por haber quitado la línea de autobuses que hacía el mismo recorrido por menor precio.


Pasear junto al Ródano y el Saona es muy bonito pero no queráis hacer más. Todo vale un ojo de la cara. ¡El tranvía sólo es el primer aviso! ¿Pero es esto incongruente en la zona turística de una ciudad? No, claro. ¿Es mucho más caro comparado con las zonas turísticas de otras ciudades que he visitado? Sí. ¿Hay una mayor calidad o variedad? No, venden la misma mierda fabricada en China que te encuentras en todas partes. ¿Te atienden mejor? Jamás, y este tema me toca especialmente la moral.

En España, generalmente, la opinión que hay de los franceses es despectiva. Uno puede pensar que es racismo o complejo y no se equivocará. Pero debo confesar que me he sentido como una bolsa de basura en Lyon. Los lioneses que deciden poner un negocio de cara al turismo parecen sentir asco por los turistas que los mantienen económicamente. No se cortan y se lo hacen saber poniéndoles una despreciable cara de perro. Uno no se siente a gusto. Es más, se siente imbécil por estar pagando por un trato semejante.

foto camarero francés con cara de desprecio

Dudas en sentarte en una terraza o no por lo prohibitivo de los precios, y cuando lo haces tienes que aguantar que el camarero tuerza el gesto. Es como la mirada de asco de un rico a un pobre. Intentas hablar en francés y te contestan que mejor en inglés o en español. El esfuerzo que en otros países se vería como bienintencionado y simpático, en Francia les produce urticaria. Uno es consciente de que no lo habla a la perfección pero eso no da motivos para que te metan esos cortes, y menos cuando ellos no son precisamente expertos en dominar otros idiomas.

Recuerdo el crucero por el río. La guía daba las explicaciones en su lengua materna y en inglés. Su francés me costaba de seguir, ¡pero es que las explicaciones en inglés eran ininteligibles! Era inglés con acento y prosodia francesa. Un cacao. Y tampoco es que su español sea cervantino pero, vamos, tengo la decencia de no escupírselo en la cara si veo que están haciendo el esfuerzo. Al menos, piensas, la gastronomía valdrá la pena. Con tanto renombre en el mundo entero nos dará alguna alegría y puede ser una razón para justificar el aguantar a esta pandilla de camareros malcarados y antipáticos.

Fuimos a un bouchon a cenar, que son los restaurantes donde sirven las especialidades típicas. Hay una frase muy socorrida de que las francesas no engordan. Seguramente se deba a que la comida es una mierda. En fin, esta afirmación es exagerada. También tendrán parte de culpa los precios. La carta está apuntada en una pizarra que van poniendo frente a las mesas. Es una gracia que, bueno, será marca de la casa pero a mí me parece un incordio. Ninguno de los platos que había escrito los entendía. Hay que hacer un cursillo aparte, de verdad.


No voy a mentir. No soy de patés ni foies ni el mejor invitado para El Bulli. Probé en un restaurante las quenelles, que son una especie de nuggets con sabor a pescado y no son nada extraordinario. Probé el "Croustillant St. Marcellin avec jambon cru sur salade", que era una especie de rollito de primavera plano hecho totalmente de queso, crujiente por fuera y fundido por dentro, sobre una loncha de jamon serrano fino como papel de fumar y de aspecto barato. Ambos platos servidos encima de la ensalada, que consiste en lechuga bañada en una asquerosa salsa de rábano picante (horseradish).

En una creperia cené una crep de trigo sarraceno, buena como en Les 3 pommes de Barcelona pero con camarero y precio lionés. Comí hamburguesas del McDonalds con mayonesa y kebabs sin cebolla ni tomate. Las especialidades lionesas no son las pastas de nombre homónimo, sino las pralines (pronunciado "pralín"), almendras tostadas recubiertas de azúcar caramelizado. Es un lío porque las relacionábamos con el chocolaté praliné y no entendíamos nada. Confusiones aparte, son muy dulces y no tienen sabor alguno de almendra.


En fin, podría seguir dando vueltas sobre lo mismo y acabar en la situación de mierda que tuvimos con las tres petardas del control del aeropuerto, que nos tuvieron esperando porque estaban de cháchara, riendo entre ellas mientras retenían nuestras maletas, para acabar revolviéndonos la ropa interior y tirarnos un paté porque era "maleable" y un tubo de desodorante en crema prácticamente gastado de 125ml. Resumiendo, Lyon es muy bonito pero el trato hacia los turistas es horrible y los precios abusivos. Yo, por lo pronto, ya he decidido que no voy a volver al país vecino hasta que se me olvide este viaje o pierda la cordura.




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