Fui a verla con mi padre porque no había nada más y parecía lo menos malo de la cartelera. Debo decir que no es lo que me esperaba. Me la imaginaba muy mala pero, al menos la primera parte, se salva. Luego, se demuestra claramente que los guionistas están en la televisión y que no saben cómo continuar ni cómo mover delicadamente la trama para introducir la moralina familiar pertinente.
Pero la primera parte me gustó porque no es comedia de caca-pedo-pis. Se hacen muchas bromas con las situaciones de pareja y los diferentes estadios de una relación. Hay humor en lo que se dice y en pequeños detalles. A medida que avanza el metraje, sin embargo, esto se pierde y empiezan a aparecer los consoladores gigantes, la rayas de cocaína y los niños soltando tacos. Hay momentos patéticos en que se supone que están haciendo algo gracioso y nadie en la sala se ríe.
Estremece ver cómo la boca de la cara de plástico de Cameron Díaz es cada vez más grande. Jason Siegel y ella no pegan ni con superglue. Es turbador ver cómo parecen tener la misma edad cuando se conocen en la universidad y cuando tienen su hijo de siete años. Tal vez lo más aterrador es el conocimiento nulo que tienen sobre nuevas tecnologías, tanto los personajes como los guionistas.
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