Pepero se vende a sí mismo como la "marca número uno de Corea". Son unos palitos de galleta recubiertos de chocolate, cuya versión con sabor a fresa fue a parar a mi estómago. Cabe confesar que, una vez probados, hacen honor a su nombre.
Su color rosado, que hace gala de una deslumbrante artificialidad, adorna una galleta de gusto rancio, pasado. Por sencilla antonimia papilar, traiciona su promesa de ser "número uno" de nada, una nada que queda en menos tras leer la letra pequeña del dorso que reza "Product of China".
Una promesa y dos mentiras... ¿qué más se le puede pedir a un Pepero? Yo, desde luego, no podría pedir nada más. Firme a su esencia, Pepero no
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