Dos días, una noche


Esta película belga no es ninguna virguería cinematográfica. Es el relato sencillo de una mujer que, tras cuatro meses de baja, descubre que va a ser despedida el día de su vuelta. Ante la necesidad de hacer recortes, el director pidió a los trabajadores que votaran dos opciones: renunciar a una prima de mil euros o prescindir de Sandra. El dinero fue el claro ganador.

Tras la mala noticia, Sandra descubre que tiene una segunda oportunidad. Gracias al enlace sindical, que alega que la primera votación se hizo bajo coacciones del encargado, se decide una segunda votación para el lunes siguiente. Sandra tiene dos días para hablar con sus compañeros y que cambien de opinión. No será tarea fácil.

El guión de los hermanos Dardenne, también directores, busca la sobriedad y huye de la comedia. No procura ser original sino enfrentar la realidad cotidiana. En su sencillez, su reflexión sobre la dignidad del trabajador cobra fuerza. ¿Cuántos "No hago huelga porque no puedo dejar de cobrar un día de faena" hemos oído en lo que llevamos de crisis?

Sandra no es la Marianne del cuadro de Delacroix. No es ni una revolucionaria ni nadie que vaya a desestabilizar el sistema. Es una trabajadora más que, sin embargo, va a intentar no rendirse, va a luchar por su puesto de trabajo enfrentándose no tanto a sus colegas como a la situación y a sí misma. Debe vencer a la voz que, dentro de su cabeza, le repite que todo está perdido.

Así, esta película que he calificado como nada espectacular y sencilla hace hincapié en valores morales muy a tener en cuenta hoy que parecen olvidados. Ante el engañoso dilema de renunciar a parte del propio sueldo por defender a una compañera, pasamos por alto que es el jefe quien está cargando su responsabilidad en los hombros de los empleados.

Bajo el soso título de Dos días, una noche y a lo largo de 95 interesantes minutos que no caen en el aburrimiento, Marion Cotillard protagoniza un filme que resucita el valor de la lucha laboral. No hablamos de ese sentimiento que nos han hecho creer romántico, proletario y trasnochado, sino de la dignidad personal, del saber decir: "A mí no me vais a amedrentar".

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