En plena oscuridad, las marionetas de cera buscan el interruptor en una pared infinita… él deja la cámara a un lado y decide ayudarles…
Siempre sucede igual… Eladio toca, resigue, reconoce el terreno… se mueve, recuerda la posición de las farolas, de los edificios, de las barandas… oye los pájaros, el caminar de las figuras grises, las olas, el tráfico… no es que él pueda encontrar cualquier interruptor sin problema, es que él lo busca hasta encontrarlo…
Sabe que los peatones leen la noticia que hay escrita sobre él en el diario, pero no lo ven… pasan de largo demasiado preocupados por todo aquello que no pueden ser ni hacer… Él encierra la angustia de sus pasos, las calles que pisan y los puertos que nadan… si lo vieran no se lo creerían… pero él cree y no ve…
Piensan que es curioso, las figuras tristes, piensan que es portentoso, ellas, pero es la visión desviada, la primera meditación cartesiana, la que las engaña… pensar que poder es divino —es enorme—, es desidia… En sus manos, la impotencia de la humanidad es una verdad como un puño cerrado y cobarde, ellos creen, la humanidad de la impotencia…
La incapacidad es humana, la renuncia también… el libre albedrío se fugó por el pasillo negro de las bocas de lobo donde se pierden las máscaras de cera… Eladio les enciende la luz e intenta enseñarles dónde está el interruptor, pero ellos se quedan atónitos al ver la bombilla y empiezan a adorarla y a levantarle templos, y etcétera, etcétera…
Con cara de ir a caer en el precipicio, Eladio Reyes vuelve a coger su cámara… se dirige al desfiladero cotidiano, sin miedo, saca unas cuantas fotos, negocia con ellas, las vende, y vuelve a casa una vez hecho el trabajo… en el buzón, dos cartas de admiradores fanáticos y una factura de la luz por pagar…
nadie ha tenido la consideración de escribirlas en braille…
Siempre sucede igual… Eladio toca, resigue, reconoce el terreno… se mueve, recuerda la posición de las farolas, de los edificios, de las barandas… oye los pájaros, el caminar de las figuras grises, las olas, el tráfico… no es que él pueda encontrar cualquier interruptor sin problema, es que él lo busca hasta encontrarlo…
Sabe que los peatones leen la noticia que hay escrita sobre él en el diario, pero no lo ven… pasan de largo demasiado preocupados por todo aquello que no pueden ser ni hacer… Él encierra la angustia de sus pasos, las calles que pisan y los puertos que nadan… si lo vieran no se lo creerían… pero él cree y no ve…
Piensan que es curioso, las figuras tristes, piensan que es portentoso, ellas, pero es la visión desviada, la primera meditación cartesiana, la que las engaña… pensar que poder es divino —es enorme—, es desidia… En sus manos, la impotencia de la humanidad es una verdad como un puño cerrado y cobarde, ellos creen, la humanidad de la impotencia…
La incapacidad es humana, la renuncia también… el libre albedrío se fugó por el pasillo negro de las bocas de lobo donde se pierden las máscaras de cera… Eladio les enciende la luz e intenta enseñarles dónde está el interruptor, pero ellos se quedan atónitos al ver la bombilla y empiezan a adorarla y a levantarle templos, y etcétera, etcétera…
Con cara de ir a caer en el precipicio, Eladio Reyes vuelve a coger su cámara… se dirige al desfiladero cotidiano, sin miedo, saca unas cuantas fotos, negocia con ellas, las vende, y vuelve a casa una vez hecho el trabajo… en el buzón, dos cartas de admiradores fanáticos y una factura de la luz por pagar…
nadie ha tenido la consideración de escribirlas en braille…
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