Vi su secuela en el festival de Sitges de 2014. Allí, evidentemente, la película no gustó. La gente salió con caras largas de la sala. ¿La razón? Se presentó como cine fantástico algo que no lo es: por mucho que a un filme bélico de corte introspectivo le añadas un par de bichos colosales más feos que Picio, sigue sin ser una peli de monstruos.
No obstante, los alienígenas con tentáculos tienen más sentido en esta que en la segunda, donde son una mera comparsa, un decorado. En una entrevista a Entertainment Weekly, el director de la secuela Tom Green afirmó que tuvo libertad casi total con el guión: la única restricción fue que la historia tuviera monstruos, supongo que para poder aprovechar el tirón de la primera y el CGI.
Se podría pensar que, más allá de las criaturas gigantes, ambas películas no tienen nada en común. Pero lo cierto es que comparten el mismo enfoque. Ambas buscan ser realistas, dar verosimilitud a lo fantástico, además de lanzar una mirada crítica y reflexiva sobre la sociedad actual. Si en la segunda Green habla de la situación de los soldados en la guerra de Irak, en la primera Gareth Edwards muestra los problemas que enfrentan los inmigrantes para cruzar la frontera meridional de Estados Unidos.
Andrew es un periodista gráfico que trabaja como corresponsal en México. Un día recibe el encargo de acompañar a la hija del dueño del diario, Samantha, hasta la frontera para que pueda cruzarla antes de que la cierren por causa de la invasión alienígena. La cosa se complica cuando les roban los pasaportes y deben coger una ruta ilegal para poder atravesar la zona infectada entre ambos países.
Las dos películas avanzan a ritmo lento, con bastantes silencios, y disfrutan de majestuosos planos de las bestias moviéndose pesadamente sobre el paisaje. El mayor problema de esta película es, sin duda, sus protagonistas y la historia de amor que surge entre ellos, un flechazo tan forzado como ñoño y predecible.
Pese a que Andrew lleva tres años en el país, no tiene ni idea de donde tiene el culo. El tipo va dejando la cámara y los documentos de identidad tirados por cualquier lado y no sabe cómo funciona el tema de la aduana. Para más inri, Samantha es más pava que una Barbie con anestesia. Juntos versionan el refrán de los amantes de Teruel y piden a gritos un buen par de sonoras collejas que los espabilen.
Como he dicho, aunque en esta las bestias tienen su razón de ser, Monsters no es una película de monstruos. El engendro no persigue a los protagonistas. Se cruzan en momentos puntuales donde los humanos se comportan como hormigas ante un elefante. No hay posibilidad de lucha ni de matar a los extraterrestres, que se comportan como una amenaza sobrehumana.
Al igual que con su secuela, The dark continent, me ha gustado el ritmo de la historia y he disfrutado cómo integran la realidad y la ficción. Lo que me ha molestado han sido la personalidad de los protagonistas y la inclusión de un romance innecesario y superficial. Desde luego, no creo que satisfaga las expectativas de ningún amante de Godzilla.
__________
1 "Page one, there needed to be monsters in it—but other than that it was an open brief, creatively," says the director, who cowrote the script with Jay Basu. "I didn’t want to continue with the two characters. Monsters started with a military presence, and I went to Jordan, and I felt that was the most incredible environment to make the film. I thought, What could we do that explored something socially relevant and yet also gave something different within genre? A war film ticked all those boxes. I’ve always wanted to make a war film. To be honest, I didn’t expect it to be my first film." (Fuente)
No hay comentarios
Publicar un comentario