Decir que ser mujer es un asco es estúpido. Por el contrario, afirmar que, por ser mujer, la sociedad puede conseguir que tu vida sea un asco, es constatable. Deniz Gamze Erguven rueda esta película titulada Mustang y apodada, no sin acierto, Las vírgenes suicidas turcas. Intuyo que el título viene dado por la idea de libertad que transmite la palabra, desde el caballo salvaje e indómito de las praderas norteamericanas hasta el coche que recorre sus carreteras desde el 67.
La película, como sus protagonistas, es bella, amarga y rebelde. A mí consiguió indignarme y no porque viva ajeno a la existencia de este tipo de injusticias. La historia es enervante hasta que se vuelve deleznable cuando sucede lo que todos anticipábamos pero esperábamos evitar. No voy a explicar nada del guión porque la comparación con la película de Sofia Coppola es pista más que suficiente para hacerse la idea.
Me ha gustado mucho. Es una película que muestra lo que sucede en las zonas rurales en Turquía y, con salvedades tal vez, lo que pasaba aquí antes y que tan bien plasmó Lorca en La casa de Bernarda Alba. Debe de existir algún libro de Historia acerca de la opresión hacia las mujeres, ejercida tanto por hombres como por ellas mismas, que intente explicar el por qué; si es exclusivamente fruto de la testosterona o hay algo más que haga que menospreciarlas y someterlas sea tan común.
De si verlas como algo sucio es exclusivamente el resultado de una inmerecida metonimia donde el deseo pecaminoso pasó del sujeto al objeto (término no sin doble interpretación y filo) o hay más factores en el proceso y cuáles. Es como si se aceptara como razonable que el hambre surge de la comida y no de las súplicas del estómago; como si el hambre fuera algo despreciable por controlable y anulable y no una necesidad biológica tan natural como libre de culpa.
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