7 años de Roger Gual me ha gustado


La primera película española producida por Netflix se titula 7 años y la dirige Roger Gual, quien debutara en 2002 con la elogiada y premiada Smoking Room.

En aquélla un oficinista empieza a reunir firmas para solicitar una sala de fumadores a su empresa, ya que la entrada en vigor de la ley antitabaco los obliga a salir a la calle. Todos sus compañeros parecen de acuerdo hasta que descubren que deben firmar la petición. Esto generará una serie de conflictos entre los personajes que sacarán a relucir sus rencillas y miserias personales.

7 años no se aleja demasiado de lo anterior. Cuatro amigos y socios cofundadores de una empresa han recibido el chivatazo de que la policía los investiga por desvío de capitales. Encaran una condena de siete años. Sin embargo, si uno de ellos decidiera hacer de cabeza de turco, los otros tres saldrían indemnes. Con la ayuda de un mediador, intentarán decidir quién irá a prisión.

Como se puede ver, no es una película original con respecto a la anterior. Tampoco lo es respecto al estilo de rodar las escenas. Smoking Room la empecé en su día pero no la terminé porque la cámara me mareaba muchísimo. Aquí me ha sucedido algo similar, auqnue esta vez he podido terminarla. Y me alegro de ello.

Es inteligente cómo Netflix ha apostado por una trama de suspense que tira totalmente de guión y actores. Al estar ubicada en un único espacio, resulta más económica que si hubieran pretendido llevar a cabo un proyecto más ambicioso. Casi se podría decir que nos encontramos ante una obra de teatro filmada.

Personalmente, me han gustado mucho las actuaciones de los cinco actores. Alex Brendemühl, Juana Acosta y Juan Pablo Raba están muy bien, pero sobretodo me han conmovido Paco León y Manuel Morón. También he disfrutado el camino (más que la meta). Me gusta cómo se desenvuelve la trama a través de los diálogos y cómo me ha ido planteando dudas.

Y es que la película genera conflicto, no sólo en los personajes, sino también en el espectador. Nos hace partícipes, y nos hace ver que no existe una solución sencilla. Uno se acaba planteando si aceptaría pasar siete años en prisión y, en caso afirmativo, a cambio de qué. No hay una respuesta sencilla a la privación de libertad, a la perdida de todos esos años.

Tras verla, no puedo más que recomendarla. En caso de no gustar, queda el consuelo que son sólo 76 minutos, un metraje más que suficiente y hasta agradecido en estos tiempos en que la media de duración de un largometraje ha subido hasta las dos horas: ciento veinte minutos que encima tienen más paja que en un barracón de la mili.

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