La máquina de bailar (2006)
La historia de esta película mezcla lo vomitivo con lo ingracioso. Dos amigos aficionados a las máquinas DDR (máquinas de videojuegos de baile) deben pagar una cuantiosa deuda. La única manera de saldarla será con el premio de un concurso donde deberán exprimir al máximo su hobby. Para ello, necesitarán la ayuda de un ex campeón de música disco interpretado por Santiago Segura.
No es una peli que engañe. El cartel promocional ya indica frikismo y calidad ínfima. Todas las interpretaciones son pésimas. Ni el niño de Aquí no hay quien viva lo hace bien. Se busca el feísmo abyecto y la arcada. Se repite hasta tres veces el mismo sketch de meter el brazo en un váter lleno de mierda. Es de 2006 pero parece del mil novecientos noventa y asco.
Para lo único que servirá en el futuro es para documentar el mal uso del infinitivo como segunda persona del plural de imperativo. Ni una vez se dice bien: «Callaros», «Venir aquí», «Matarnos ya».
Ahora o nunca (2015)
La anterior era desagradable, una especie de peli más de Troma que de broma. Pero está ahí, tiene su nicho, para los amantes de las pelis mierder, para esas sesiones de serie B y canutos en el sótano.
Ahora o nunca, en cambio, se sitúa en la línea de Ocho apellidos vascos, pero dejando bien a ésta. Es decir, uno casi prefiere ver las disputas entre euskaldunes y andaluces a seguir soportando esta cutrada de alfredolandeces por Europa. El único objetivo de este producto es ensalzar los clichés patrios más manidos y rancios que puedan justificar la incultura y la falta de saber estar.
Una pareja debe casarse en Inglaterra y el novio no encuentra más que obstáculos para llegar a la isla. Nada tiene sentido, ni moraleja. Todo se hace porque sí, sin consecuencias. Es un episodio largo de Aída o Con el culo al aire proyectado en el cine. Si Dani Rovira pudo llegar a hacer gracia en Ocho apellidos vascos, aquí dirige el barco hacia el iceberg. Demencialmente mala.
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