Carrer del Comerç, 27 |
Tras ver la exposición de Saul Leiter en Foto Colectania, fuimos al Tlaxcal, un restaurante mexicano cuyo nombre no sé si me resulta más difícil escribir o pronunciar. Íbamos con reserva del día anterior. Eran las 20:00 y acababan de abrir. No sé si tiene mucho éxito, o pequé de tímido por no preguntar, pero la reserva nos la habían hecho en una mesa alta con taburete. No estuve mal, pero desde luego estoy más cómodo cuando los pies me llegan al suelo.
El local es luminoso y el servicio bueno. Estábamos dudando y el camarero nos dio un par de recomendaciones muy acertadas. Pedimos para beber un agua de Jamaica y un margarita de tamarindo. Tanto el agua como el cócter estaban muy bueno, aunque el margarita tenía tanto hielo que parecía un granizado. Tomarlo con pajita fue todo un reto.
Interior del restaurante Tlaxcal |
De entrante pedimos un guacamole con chicharrones y una sopa de tortilla. Yo creía que los chicharrones eran como los morros de cerdo, pero eran más como unas cortezas gigantes que venían a sustituir a los nachos o totopos. Estuvo bien pero no repetiría. El guacamole era bueno me no espectacular, y me gustan más los nachos que los chicharrones. La sopa de tortilla estaba también sabrosa, pero me pareció una cantidad muy escasa (apenas un tarro pequeño) para su precio.
Luego llegaron los tacos, y eso fue otro cantar. Los de pescado los habíamos pedido por curiosidad, pero nos parecieron muy buenos. Era pescado rebozado, de ese pescado sin espinas que acaba sabiendo a pollo, al pollo de cadena industrial que no sabe a nada. Y esas son las virtudes que disfruto en un pescado: que no me amenace con sus afiladas espinas y que no me ahogue con su sabor a mar. La textura del reboza era fantástica y no estaba nada aceitoso, sino muy ligero.
Los tacos de lengua, recomendación del camarero, estaban tremendos. Tenía una textura parecida al hígado, pero su sabor era menos fuerte y se asemejaba más a un trozo de carne. Entrana maravillosamente garganta abajo. Con los tacos, sirven una tabla con cebolla pochada, lima, y tres salsas con tres niveles de picantes: la primera muy suave, y la tercera más traicionera. Aunque pensé que no me llenaría, acabé hasta arriba.
Desgraciadamente, siempre queda la dura decisión del postre. No hubiera debido, pero el pastel a las tres leches de la carta me estuvo haciendo ojitos hasta que claudiqué. Un bizcocho en una bañera de néctar materno cual Cleopatra con una vistosa corona de fresas hizo sonar las cornetas celestiales en mi boca y la danza de la muerte en mi estómago. Delicioso, pero hay que saber parar, hay saber ponerse un tope, porque hasta la gracia de Dios hace daño.
No es un sitio barato, pero salimos satisfechos. La desilusión de los entrantes se esfumó con los siguientes platos. El servicio fue muy atento y simpático. Tal vez fueron excesivamente raudos en retirar los platos, pero luego pudimos estar una buena media hora charlando tras terminar. El monto total fueron 54,80€*. La próxima vez, esquivaremos los primeros e iremos directamente a por los tacos. Si vais, no os neguéis el placer de pediros unos tacos de lengua. Para relamerse.
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* Guacamole y chicharrón 9,70€; sopa de tortilla 7,50€; tacos de pescado 9,50€; tacos de lengua 9,50€; agua de Jamaica 3,10€; margarita de tamarindo 7,00€; agua 2,40€; pastel a las tres leches 6,10€.
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