L'any que ve no l'altre, el libro que homenajea a la Colla de Sabadell

La Colla de Sabadell fue un grupo de artistas e intelectuales de la burguesía catalana que durante los años 20 del s.XX revolucionaron el panorama cultural de la capital vallesana. De perfil conservador, buscaron llevar al límite los postulados del movimiento noucentista, influenciados por la literatura vanguardista francesa.

Bajo la batuta de Joan Oliver i Sallarès (más conocido como Pere Quart), Francesc Trabal i Armand Obiols, pero compuesto por muchos otros, el grupo fundó en 1925 Ediciones La Mirada. Su título inaugural fue L'any que ve, un compendio de chistes ilustrados a cada cual más absurdo y ácido que ejemplificaban el carácter provocador de sus autores.

Su propósito era desmitificar los valores culturales reinantes en la urbe, que consideraban fruto del estancamiento y el letargo del que necesitaba liberarse. ¿Qué pensarían de su amada Sabadell si la vieran hoy en día prácticamente convertida en una ciudad dormitorio donde cada solar es el anuncio de una nueva colmena de cemento para trabajadores de Barcelona?

L'any que ve no l'altre, escrito así respetando los preceptos estilísticos de La Colla, viene a ser un homenaje al centenario del nacimiento del grupo. Varios ilustradores y escritores han dado forma a este breve volumen publicado conjuntamente por mis queridas librerías La Llar del Llibre y Sabadell Còmics, y por el Col·lectiu Pere Quart y la Comissió 100 Anys de la Colla de Sabadell.

El libro es bonito, con una introducción, una justificación y un prólogo que nos contextualizan y nos introducen el extraño objecto que estamos a punto de abrir. Porque, desde luego, meterse de cabeza sin entender la razón, es chocante. Parece que a uno le hayan vendido como exquisitez un recopilatorio de final de curso de alumnos de la ESO.

Los chistes, como en el original, buscan el sinsentido, y las ilustraciones que los acompañan son, siendo amables, penosas. Obviamente, es ex profeso. Incluso se pidió a los más habilidosos que utilizaran su mano mala para realizar el dibujo. Como curiosidad, hubo uno tan mañoso al que le pidieron que lo repitiera, pues aún con su mano torpe le había salido demasiado bien.

Esta pequeña pieza me parece encantadora como objeto de colección y como vínculo con un pasado del que la ciudad apenas se acuerda. Es hermoso ver a gente todavía se preocupa por ella. Confieso, sin embargo, que de no haberlo recibido como regalo, difícilmente me lo hubiera comprado. Acaba siendo una gracia demasiado interna como para que la disfrutemos todos.