Miyazaki después de Chihiro: El castillo ambulante, Ponyo y El viento se levanta

El castillo ambulante (Hauru no Ugoku Shiro, 2004)

Después de El viaje de Chihiro, le perdí la pista a Studio Ghibli. Sin embargo, me queda claro que si hubiera visto El castillo ambulante en su estreno, mi extrañeza sería la misma que hoy. Tanto la historia como ciertas animaciones me descuadran un poco. Incluso la sensación que transmite es diferente a las obras anteriores de Miyazaki.

Sophie es una joven sombrerera de dieciocho años cuya vida se cruza fortuitamente con la de un mago llamado Howl. Este encuentro provoca que la Bruja Calamidad, enemiga del brujo, la maldiga transformándola en una anciana de noventa años. Sophie tendrá que ir en busca de Howl que vive en un castillo ambulante, para que rompa el hechizo.

Lo que más me ha chocado de la película ha sido el tono de la trama, muy oscuro. Tanto las escenas de guerras como las metamorfosis del mago me parecen más propias de una pesadilla que un trabajo de Miyazaki. Ciertos diseños, como el del castillo o el espantapájaros, me parecen faltos de chispa; por no hablar de la progresión y la resolución, que resultan bastante irregulares. 

No me gustó ni la disfruté. La animación es buena, aunque da la impresión de estar por debajo de trabajos anteriores. A diferencia de aquellos, ningún personaje tiene el carisma de un Porco Rosso o la Princesa Mononoke. Calcifer, el demonio de fuego, el más divertido y, aun así, su diseño no es especialmente ingenioso. Es la película firmada por Miyazaki que menos me ha gustado.


Ponyo (Gake no Ue no Ponyo, 2008)

En cambio, Ponyo sí tiene el carisma que uno espera de una creación de Miyazaki. Sin ser de mis favoritas tampoco, pues su relato dirigido a los más pequeños me resulta me acabó aburriendo tanto en la sala de cine entonces, como ahora en Netflix, sí que consigue provocarme esos "momentos Miyazaki" que tanto embelesan al espectador.

Ponyo es hija de un hechicero que odia la tierra firme. Un día, mientras su padre está despistado escapa y llega hasta un acantilado donde queda atrapada en un tarro tirado en el fondo del mar. Un niño pequeño llamado Sōsuke la rescata, y Ponyo se enamora de él. Por desgracia, su decisión de abandonar el océano empieza a generar una serie de catástrofes sin precedentes.

Uno de las escenas álgidas de la película es la de Ponyo corriendo encima de las olas de un maremoto, mientras la madre de Sōsuke sortea con el coche los obstáculos que la tormenta pone en su camino. Es trepidante. Lo mejor, sin duda, fue escuchar en el cine a un grupo de niños gritándole a la pantalla: "¡Corre, Ponyo! ¡Correeeee!".

Esto es un indicador de la grandiosidad del personaje, que consiguió grabarse en la memoria de muchos como ya lo hiciera Totoro. Puede que la historia me parezca rara, que sus personajes no me parezcan redondos o que el final se me haga demasiado abrupto. Tampoco la animación es tan increíble como en Mononoke o Chihiro o El castillo en el cielo. Pero Ponyo siempre estará en nuestros corazones.


El viento se levanta (Kaze tachinu, 2013)

Antes de verla, estaba convencido que las escena de las olas de Ponyo había sido el canto de cisne del genio japonés. Cuán engañado estaba. El viento se levanta me ha parecido inconmensurable. Miyazaki cuenta la vida de Jirō Horikoshi, el ingeniero jefe responsable de muchos de los diseños de cazas japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero El viento se levanta guarda escasa fidelidad con la vida del técnico aeronáutico, ya que mezcla su biografía con la novela homónima del escritor Tatsuo Hori. ¿Para qué, entonces, incluir una figura histórica? Si algo hay verídico dentro de la película son los planos de los aviones, la gran pasión del director tokiota. Y aquí reside el gran dilema.

Miyazaki no está interesado en la biografía, sino el conflicto entre su gran pasión y la guerra. Como antibelicista declarado, no puede soslayar que la ciencia para surcar los cielos se desarrolló gracias a los enfrentamientos entre naciones. Es una reflexión en voz alta en la que aprovecha para criticar la posición y actitud del gobierno de su país tanto entonces como ahora.

La animación me ha parecido excepcional, superior a Ponyo o El castillo ambulante, con escenas estremecedoras como la del Gran terremoto de Kantō. Conjuga el amor y el drama de una trama principal realista con elementos oníricos como ya ocurrió en Susurros del corazón. La disfruté muchísimo. Me emocionó comprobar que el septuagenario creador sigue brillando como siempre.

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