Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson


No tenía ni idea de qué iba esta novela cuando decidí que quería leerla, y tampoco sé en qué momento quedó atrapada en mi cerebro. El título y la imagen de la cubierta me resultan fascinantes y misteriosos. Existe una adaptación cinematográfica de 2018 que recién he descubierto y que, probablemente, disparara las ventas de la traducción española publicada por Editorial Minúscula en 2012.

Siempre que uno compra un libro por una corazonada de este tipo, pueden pasar dos cosas: que satisfaga nuestras expectativas, o que nos decepcione profundamente. He tenido varios tropiezos en el pasado que me han hecho precavido en este sentido. Así, aunque me sentía tentado de llevármelo a casa cada vez que lo veía en una librería, refrenaba el impulso por miedo al posible chasco.

Llevaba dos años con el reconcomio cuando me lo regalaron por mi cumpleaños. Su lectura no me ha defraudado si un ápice. No ha sido el argumento que esperaba, pero tampoco creo que hubiera podido imaginar algo así. Estoy muy contento porque la historia se ajusta perfectamente a las sensaciones que la portada había inyectado en mi cabeza.

Mary Katherine y Constance viven en una gran mansión con su tío Julian, aquejado de graves problemas de salud. Katherine se encarga de la compra mientras su hermana mayor cocina y cuida de todos. Desde las primeras líneas, el relato resulta desconcertante. Así se presenta, por ejemplo, la narradora que nos va a mantener en vilo a lo largo de doscientas páginas:
Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto.
Sus palabras desdibujan la linde entre la realidad y sus fantasías. A excepción de las escasas salidas de Katherine para ir al colmado y a la biblioteca, los tres viven aislados dentro del caserón, ubicado en mitad de un pueblo que desprecia cualquier cosa que lleve el apellido Blackwood. La pérdida de sus parientes no hizo más que concentrar en ellos todo el odio acumulado.

Las razones que han llevado a esta situación las conocemos a pinceladas. La luz proviene de la llama intermitente de un candelabro. Cada fragmento que vislumbramos arroja espesas y alargadas sombras, fantasmas de oscuridad en las paredes cubiertas de cuadros y cortinas. Hasta el último suspiro del libro, la inquietante atmósfera gótica desazona al lector.

Yo tuve que combinar el relato de Shirley Jackson con La dependienta de Sayaka Murata. No es que su lectura aburra o se haga pesada. Al revés, en todo momento la prosa te empuja a seguir hasta quedarte sin resuello, mentalmente agotado. Lo he disfrutado y me ha horrorizado a partes iguales. El modo de abordar una historia que no sabes por dónde va a explotar es envidiable.

Para evitar dudas: no es un relato de terror sobrenatural. Todos los presentes son humanos dominados por sus bajas pasiones. La inquina de los aldeanos hacia los Blackwood no se puede medir. Igual de imposible es comprender a las dos hermanas. Leí que Jackson escribió Siempre hemos vivido en el castillo basándose en una vivencia personal. Esto sólo hace que sea mucho más estremecedor.

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