Cita con el discurso victimista

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Todos nos consideramos al mismo tiempo supervivientes y víctimas, o víctimas potenciales [...]. La herida más profunda causada por la victimización es precisamente esta: que acabamos afrontando la vida no como sujetos éticos activos, sino solo como víctimas pasivas, y la protesta política degenera entonces en un lloriqueo de autoconmiseración.

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El objetivo polémico no lo constituyen aquí, como es obvio, las víctimas reales, sino más bien la transformación del imaginario de la víctima en un instrumentum regni y en el estigma de impotencia e irresponsabilidad que este deja en los dominados.

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[El discurso del patrón] se centra en la dialéctica entre prohibir y resituar las energías almacenadas con la represión (...): abstente, ahorra, acumula, reinvierte, privilegia el futuro sobre el presente, ofrece a tu deseo el recorrido más largo posible. En el discurso del capitalista, en cambio, la instancia prohibitiva se anula para ventaja de un super-yo no menos exigente, que por su parte apremia de este modo: consume, dilapida, goza, pues te espera la felicidad aquí y ahora. (...) El mundo está para que goces de él; no te sometas a la ley del otro; cree en tu imaginario como en la cosa más verdadera y justa que pueda haber. Tienes derecho a ello, y, si se te niega, eres una víctima.

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A la pregunta "¿qué hacer?", que ha dominado la política moderna, ha sucedido un quejumbroso "¿quién soy?". Y en este sentido la respuesta de "soy una víctima" no es tan equivocada.

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La revolución es el otro nombre de la modernidad: sujeto, responsabilidad, capacidad de tomar decisiones también trágicas; los otros, pensados no solo como amenaza o límite, sino también como multiplicador de potencia, creatividad, imaginación, disfrute. Y, si la palabra posmoderno tiene algún sentido, es en la inversión espectacular de esos términos: identidad, pasividad, desresponsabilización, los otros como rivales, competidores, motivo de resentimiento. Por una parte, la idea de felicidad como algo constitutivamente público, común, no divisible, sino condivisible/compartible; por la otra, la felicidad privada propia del peligro superado, de la tajada más grande, de la envidia proyectada sobre los demás. Por una parte, la crítica y, por la otra, el consenso.

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La mitología de la víctima es la reacción a una praxis sentida constitutivamente como culpa. (...) El concepto de culpa se ha secularizado y convertido, precisamente, en el concepto de deuda.

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Endeudado y culpable ("no hemos obligado a nadie a que compre nuestros productos", se justificaba un banquero en los inicios de la crisis hipotecaria), no asombra que nuestro tiempo anhele un escape, por no decir esa salvación que la praxis, la política, es cada vez más impotente o incapaz ni siquiera de prometer. Perseguida por la realidad, la inocencia se refugia en el imaginario, y es ahí donde encuentra a la víctima (...) Una víctima no tiene deudas, solo tiene créditos.

Crítica a la víctima (2017) de Daniel Giglioli

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