La primera que empezó a verla fue mi pareja, quien no tardó en recomendarla. Desde el despacho, oía sus carcajadas. Sin duda, The White Lotus es una de las mejores comedias que he visto en bastante tiempo. Llena de ironía y mala leche, sus primeros episodios son desternillantes. Desgraciadamente, la realidad que satiriza acaba haciendo mella en el telespectador... y duele.
La serie retrata con ingenio y acierto las diferencias existentes entre la clase pudiente y la clase trabajadora. Turistas adinerados disfrutan de sus vacaciones en un lujoso hotel de Hawái, levantado sobre tierras consideradas sagradas por los nativos, mientras decenas de trabajadores se afanan en mantener la ilusión de un paraíso donde no existen problemas ni responsabilidades.
A medida que avanza la trama, la brecha entre ambos grupos se abre como un cuerpo en una mesa de disección. La náusea te inunda. Las risas del principio empiezan a atragantarse. No considero que tenga un aterrizaje al nivel de su despegue, pero no malogra en absoluto la producción. Es un cierre más que correcto que convierte esta primera temporada en un historia completa sin cabos sueltos.
Lo mejor son los personajes. Perfectamente perfilados en sus obsesiones, son carne de diván. Ninguno se salva: desde el padre en plena crisis de edad y de hombría, o el niñato pijo adicto a que lo adoren, hasta las universitarias pedantes que desprecian a quienes las rodean, o la recién casada con un millonario que duda si está dejando de lado sus metas a cambio de una vida acomodada.
Están la ricachona que no deja de contar sus penas y la masajista que debe hacerle caso porque entra dentro del sueldo, la que trabaja ocultando su embarazo y el jefe que debe guardar una sonrisa sempiterna frente a los clientes que desprecia. En mi opinión, todos bordan sus papeles. No hay nadie que sobre, o que no resulte creíble.
No es una ficción ligera. Los episodios finales, más que verlos, los padecí. Empaticé con el malestar de los personajes, que tocan fondo de un modo que no se siente exagerado. La banda sonora da en la diana, y transmite desde el opening la desazón creciente en la que nos envolverá el argumento. Pese a la incomodidad, merece muchísimo la pena.
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