Punin y Baburin de Turguénev

La primera obra de Turguénev (o Turguéniev) que leí fue El rey Lear de la estepa (1870). De esto hace ya seis años, y si bien apenas la recuerdo, la reseña que escribí entonces me aporta claras semejanzas con Punin y Baburin (1874). No sólo comparten su reducida extensión. También me han dejado ambas con la misma sensación de no haberse quedado lejos de haber desarrollado todo su potencial.

Punin y Baburin es un relato ficticio que hunde sus raíces en la época y en la biografía del autor. Cada capítulo describe uno de los encuentros entre el protagonista, Piotr Petróvich, y la pareja de amigos que da título al libro. Situados temporalmente en años distintos, la narración empieza en 1830, para saltar hasta 1837, continuar con 1849 y terminar en 1861.

Este es un periodo convulso para la patria de Turguénev en el cual la monarquía zarista y la nobleza del país son testigos de su inexorable decadencia. Varios episodios son, asimismo, vivencias del propio escritor (1818-1883). Por ejemplo, la abuela del protagonista es la transfiguración de su madre, una terrateniente con más de cinco mil campesinos en posesión de los que abusaba sin clemencia.

Cuando llegan Punin y Baburin para trabajar para la abuela del entonces joven Piotr Petróvich, Baburin, autodeclarado republicano, se encara a la anciana tras presenciar el cruel trato que da a sus siervos. De igual modo, Piotr hará amistad con Punin a través de la poesía, tal como le sucedió a Turguénev con uno de los siervos de su madre, y justo con el mismo poema: Rossiáda de Mijaíl Jeráskov.

Baburin es el personaje serio que enuncia sus ideales. Punin encarna el afable histrión. A lo largo de sus encuentros durante 30 años vemos como la situación de Rusia cambia, y cómo la postura de Baburin en pro de la abolición de la servidumbre despierta cada vez más recelo entre las autoridades. Ambos personajes, eso sí, tal vez pecan de ser demasiado arquetípicos y faltos de realismo.

Quien me sorprendió más fue Muza Pavlovna, un personaje femenino que al principio parece una mera excusa para iniciar un enredo amoroso, pero luego alza la voz como ninguno de sus compañeros de reparto. Me sorprendió y me agradó la fuerza con la que defiende sus decisiones, y cómo acaba siendo la defensa estoica de los valores republicanos, opuesta a la inacción pusilánime del protagonista.

—Tenga cuidado y no juegue con fuego…, puede quemarse.
—Mejor quemarse que congelarse. ¡Usted y sus consejos! ¿De dónde ha sacado que él no se casaría conmigo? ¿De dónde ha sacado que yo quiero casarme como sea? De acuerdo, puede que me eche a perder… Pero… ¡no es asunto suyo!

El final es triste pero lleno de dignidad. Deja, desgraciadamente, la sensación de que las ideas del libro podrían haber sido desarrolladas más en profundidad. Seguramente, sea así en otras novelas del autor, y en trabajos más breves se limite a dar pinceladas de su pensamiento. Habrá que abordar Padres e hijos, o Nido de nobles, para comprobar si Turguénev está al mismo nivel de Gógol o Dostoyévski.

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