Aunque hoy en día su connotación sea negativa, en su origen la palabra "propaganda" hacía referencia exclusivamente a la transmisión y diseminación de una idea. Tanto en Oriente como en Oriente fue utilizada para extender la religión. En Europa, el ejemplo más relevante es la Sagrada Congregación para la Propagación de la Fe, fundada en 1622 por el papa Gregorio X, y aún vigente a día de hoy.
Su uso político es conocido desde el Imperio Romano, pero fue el s.XX cuando ideólogos como Walter Lippmann o Edward Bernays recogieron el testigo para adaptarla a los nuevos medios de comunicación. Gracias a una fuerte campaña antialemana, se consiguió que la ciudadanía estadounidense apoyara la intervención del país en la Primera Guerra Mundial.
En su ensayo Propaganda de 1928, Bernays la considera una herramienta necesaria para la organización de la sociedad, cada vez más compleja. Dado el creciente número de individuos diversos que la conformaban, y dada la enorme cantidad de fuentes de información nuevas que surgían, era preciso simplificar esta realidad para facilitar la toma de decisiones de la masa pública.
Para ilustrar cuán inmanejable era controlar tanta información, Bernays cita interminables listados de publicaciones. Consume páginas en estos índices e ignora explicar en qué consiste la mencionada simplificación. ¿Qué se debería excluir del mensaje para no desvirtuarlo? ¿Se puede evitar una manipulación sesgada durante el proceso? ¿Obviar equivale a mentir?
El autor esquivó estas cuestiones tal vez porque estaba convencido, o intentaba convencer, de que las élites eran poseedoras de un juicio superior. En el texto, afirma: "Nos gobiernan merced a sus cualidades innatas para el liderazgo, su capacidad de suministrar las ideas precisas y su posición de privilegio en la estructura social". Si ellos estaban arriba, era porque sabían qué debían hacer.
Para él, la relación entre los gobernantes y los gobernados no podía ser estática, sino que debía ser revisada constantemente, pues la sociedad no cesa de cambiar. Para poder ser capaz de adoctrinar eficazmente, el gobernante-empresario debe conocer los deseos y miedos de sus votantes-clientes. Si ambas partes dejan de estar en sintonía, el capitán perderá el control del barco.
Con este propósito, Bernays creó el puesto de "relaciones públicas", hoy un oficio más que consolidado, pero que hace un siglo justo nacía. Este trabajo exige información, comunicación y renovación continua. Hay que saber qué le apasiona al público, qué le causa rechazo, qué lenguaje le interpela mejor, o qué oradores le parecen más dignos de confianza.
El discurso de Propaganda es maquiavélico, y no sólo actualmente. Años después del ensayo, otros pensadores se opusieron a su tesis argumentando lo mismo. Y sin embargo, el poder de la publicidad o de la guerra psicológica no han hecho más que aumentar exponencialmente durante estos cien años, condicionando irremediablemente la opinión pública y, en consecuencia, la sociedad.
La edición española de Melusina me ha parecido correcta. Su escueto prólogo es el telonero de un ensayo que, gracias a su prosa clara y directa, no requiere intermediarios para ser entendido. Es una lectura interesante, aunque algo superficial, ya que Bernays se limita a una exposición pragmática de la cuestión. Queda claro que él mismo era un fiel devoto de la simplificación.
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