Cuando me dejó mi pareja, viví una etapa muy dura. Empecé a tener todo tipo de fantasías extrañas. Cada noche y cada mañana me despertaba turbado por esos sueños. Nunca había sido una persona que tuviera ninguna clase de deseo fuera de lo común. Tenía fantasías recurrentes, sobre todo relacionadas con lugares públicos: parques, discotecas, playas, ayuntamientos,... La que más se repetía con diferencia era la del tren. Por aquel entonces yo tenía que coger el transporte público de lunes a viernes para ir al trabajo, una hora de ida y otra de vuelta. Siempre iba lleno. Íbamos como cerdos en un camión. En la incomodidad constante empecé a sentir la necesidad de hacer algo. Las pesadillas me impedían descansar adecuadamente, y supongo que el sueño y la realidad empezaron a mezclarse en mi cabeza. Iba a peor. Me bajaba del vagón ansioso, incluso con dolor. Empecé a ir en tren también los fines de semana, pero siempre había gente. Nunca ponían más trenes. Incluso en hora punta empezaron a poner trenes más cortos, y las estrecheces y la angustia no hicieron más que aumentar. Un domingo de mediados de agosto, sin embargo, me encontré solo en el vagón. Y lo hice. No me siento orgulloso de ello, aunque recuerdo con sorpresa cómo quedó cuando terminé. Me sentí tan impresionado como mareado y culpable. El suelo y el asiento frente a mí fueron testigos de mi desesperación. Por suerte, yo me había librado de cualquier indicio posible. Mi ropa y mis zapatos estaban intactos. Bajé en la siguiente parada, no recuerdo cuál. Aunque nadie me había visto, todo el viaje de vuelta sentí las miradas acusadoras del resto de pasajeros clavadas en mí. Esa sensación no me abandonó. Los sueños terminaron, pero yo no podía coger más el tren. Y esa es la razón por la que, a pesar de los atascos, empecé a ir al trabajo en coche, y así sigo desde entonces.
–Entonces, ya para terminar con este cuestionario sobre hábitos de la ciudadanía y desarrollo sostenible, ¿qué medidas consideraría necesarias para que usted volviera a utilizar el transporte público?
–Pues eso, mayor frecuencia, trenes más largos,... ah, y revisores, pues desde que los quitaron la gente bebe, fuma, oye música a todo volumen,... He llegado a ver gente cortándose las uñas, ¡por favor, qué asco! Es triste, pero la gente ya no sabe comportarse.
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