La carne y la pared de Àlex Marín Canals


Escribir una ópera prima no es fácil. Hace falta leer obras menores para valorar la dificultad que entraña. Los clásicos impiden ver lo rápido que se puede tropezar, lo minuciosamente lento que es armar la estructura que sostendrá el edificio. Un mal comienzo puede deparar un luminoso final, y un rotundo éxito puede ser contestado con un silencio igual de tajante.

Recuerdo la decepción que me provocó Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, la primera novela de Roberto Bolaño. El genio chileno es la demostración de cuánto se puede mejorar a base de práctica constante. Otros autores, en cambio, besan el santo nada más llegar. Pienso, por ejemplo, en Miquel Duran con Més o menys jo o Natàlia Cerezo con A les ciutats amagades.

Varias reseñas describen La carne y la pared de Àlex Marín Canals como una novela "redonda". Desde luego, ha llovido mucho desde que terminase la universidad, y la confianza en mis argumentos a favor o en contra de la calidad de una obra ha menguado tanto como mi media anual de páginas, pero difícilmente puedo imaginar este libro como una esfera perfecta.

El tono y el léxico son muy irregulares. Si bien la historia está narrada a través de las notas informales de un escritor, incluyendo expresiones como "paparruchas" o "qué tipa más siesa" para denotar cierta relajación en las formas, luego utiliza repetidamente el verbo "fornicar" para referirse a las relaciones entre el protagonista y su pareja. Cuesta entender por qué.

Cabe recalcar que escribir en presente y en primera persona no es tarea menor. Se debe tener muy claro en qué momento situar la voz narrativa para que los acontecimientos no la atropellen. Si, además, el narrador está escribiendo lo que cuenta, es de un virtuosismo poco verosímil que sea capaz de describir justo lo que le está sucediendo.

Igual de poco creíble resulta el protagonista. Nove es un autor que, tras haber publicado su primer y único libro de terror, un género no especialmente superventas, puede dedicarse enteramente a escribir. No conoce el pluriempleo ni las condiciones precarias del sector. Tampoco se encarga de las tareas del hogar. Podría decirse que vive de alquiler en una torre de marfil.

Pese a las aparentes comodidades, su siguiente novela se postergará indefinidamente cuando encuentre el misterioso diario del hijo de los anteriores inquilinos. En un juego de espejos, el joven desaparecido se llama igual que la persona detrás del teclado. Àlex Marín Canals se las ingenia para colar su nombre y apellidos en el relato sin que esto aporte demasiado al argumento.*

"¡Qué fragmento más terrible y bien escrito!" exclama Nove acerca de un párrafo de Àlex. Puede sonar pretencioso, pero acaso su entusiasmo se deba a que ambos escriben igual. Apenas existe diferencia de estilo entre las anotaciones del escritor adulto y del chico adolescente. Isaac Rosa, en la revisión de su ópera prima ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, cometió el mismo fallo.

Casualmente, Nove se acuerda de otro libro de Rosa, El país del miedo, mientras ahonda en su obsesión por el diario. No es al único que menciona. La bibliofilia de muchos autores se convierte en un deseo irrefrenable por incluir todo lo que han devorado, incluyendo citas y oscuros guiños cómplices para quien pueda entenderlos.

La carne y la pared es un debut valiente, pues apunta alto, pero su vuelo carece de estabilidad suficiente. Queriendo tocar el sol, se desploma en el mar. Lo bueno de un primer libro es que hace posible el segundo. Resulta increíble cómo Bolaño consiguió superar todas las expectativas después de firmar tal despropósito. No queda otra que trabajar duro.


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* He estado leyendo otras reseñas y es posible que la referencia a sí mismo tenga que ver con el tema del acoso escolar, del que el autor podría haber sido víctima.

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