Cuando vi por primera vez un tomo de Beastars en la librería, pese a las buenas opiniones que había leído, no lo compré por una razón que se repite cada vez más. El apartado gráfico parece cobrar menos relevancia si su guion tiene posibilidades de éxito. Pienso en artistas como ONE (Mob Psycho 100) o Hajime Isayama (Shingeki no Kyojin).
Paru Itagaki, hija de Keisuke Itagaki, creador del feísimo Baki, no puede alardear de sus dotes con la plumilla. En cambio, ha dado en el clavo con su trama sobre una sociedad donde intentan convivir animales carnívoros y herbívoros. 2018 fue su gran año. Ganó el premio del Festival de arte de Japón, el Cultural Tezuka Osamu, el Kōdansha de Manga a mejor Shōnen y el Manga Taishō.
Dos subtramas sirven de hilos conductores del día a día de la prestigiosa academia Cherryton. Por un lado, un estudiante herbívoro ha sido devorado y nadie sabe quién ha sido. Por otro, mientras el ambiente se enrarece entre el alumnado, Legoshi, un lobo apocado, descubre que sus instintos se desatan cuando conoce a Haru, una pequeña coneja blanca. ¿Es amor, o sed de sangre?
Las reflexiones no son superficiales. Si los carnívoros consideran que los herbívoros no valoran el enorme esfuerzo que están haciendo por reprimir sus naturaleza cazadora, los herbívoros no pueden dejar de vivir con miedo, pues el mínimo descontrol del otro grupo los pone literalmente en las fauces de la muerte. El asesinato de uno de sus compañeros ha vuelto a hacerlos sentir vulnerables.
Los protagonistas reflejan estas dudas. Legoshi es bonachón y bastante empanado, y su carácter calmado contrasta con el animal feroz que encarna. Constantemente está interrogándose acerca de cuáles son sus intenciones y deseos. Esto lo conduce a una inacción muy japonesa, donde no queriendo herir a nadie, acaba por relegarlo al estatismo.
Haru sorprende. Resulta bastante chocante en un producto japonés que una chica sea sexualmente proactiva, sin ser considerada un personaje pornográfico (desgraciadamente, a medida que avanza la trama, hay escenas que me contradicen). Su condición de presa fácil, la empuja a abrazar el carpe diem. No quiere abandonar este mundo sin haber disfrutado lo máximo posible.
El tercer vértice del triángulo es Louis, un ciervo cuya meta es ser elegido el próximo Beastar, un referente que unirá a todos los estudiantes bajo el paraguas de su carisma. Como herbívoro, se siente en la necesidad de mostrarse superior a los carnívoros. Su lucha interna por seguir manteniendo su estatus es tan interesante como obsesiva.
He seguido la serie gracias a su adaptación animada en Netflix, donde la calidad de las ilustraciones en muy superior. Aunque su primera temporada me ha gustado mucho, acaba patinando al final. Dentro de la poca mesura esperable de un producto para adolescentes, tiene un ritmo contenido y un argumento creíble... hasta justo antes del cierre.
Alguien decidió desmelenarse. El conflicto de la academia salta sus muros. Si bien tiene sentido que el enfrentamiento latente entre cazadores y presas se dé fuera del instituto de un modo más cruel e injusto, el cambio de tono, los nuevos personajes que aparecen y las tramas hiperbólicas a las que dan pie convierten la historia en un disparate con yakuzas.
Disfrutado el anime, quise darle otra oportunidad al manga. Pero me cuesta. El estilo parece de un fanzine amateur. Es una pena que no haya más tándems en el marcado editorial nipón, como el de ONE y Yusuke Murata en One Punch-Man, exprimiendo las cualidades de cada uno. De momento, toca esperar que Paru Itagaki mejore con la plumilla, sin que sus ideas dejen de fluir y cautivarnos.
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