Poeta chileno de Alejandro Zambra

Intentó llevar un diario más o menos detallado de mis lecturas y, sin embargo, cada equis tiempo descubro alguna que se ha extraviado. ¿Dónde esta la reseña de La vida privada de los árboles? ¿En qué año lo leí? ¿De qué iba? Lo menciono en la entrada de Bonsái, en el texto de Mis documentos. Debí de tenerlo en mis manos en algún momento entre junio de 2011 y marzo de 2013.

No lo tengo en casa porque, por entonces, apenas compraba y no tenía Kindle. Mis estantes se encontraban en las bibliotecas. ¿Tengo Formas de volver a casa en casa, o también lo saqué de una biblioteca pública? En honor a aquella primera lectura, y a Los detectives salvajes, y a Rayuela, y a pesar de la horrible ilustración de la cubierta, compré Poeta chileno.

Después de una mudanza con treinta y siete cajas de libros, decidí que el formato digital es el más adecuado para alguien en alquiler, o para alguien a quien el espacio no le sobra, o para alguien que tiene alergia al polvo y pasa poco el plumero. Pero también había esa brizna de nostalgia, de volver a disfrutar de un librazo en papel, de gozar como adolescente con una gran obra literaria.

Poeta chileno no es una obra maestra, no es el retorno de aquella sensación apasionante que sentía con Bolaño o Cortázar. Tampoco me ha sorprendido como hace diez años lo consiguió Formas de volver a casa. De hecho, las dos primeras partes de la novela de cuatrocientas páginas saben agridulces, a un intento de imitar algo que ya no funciona, o que ya no me sirve.

Esta primera mitad es un calco del onanismo artístico que yo practicaba en la universidad y que me parecía inconmensurable. El protagonista apasionado por la literatura y las mujeres solícitas de sexo con todos a todas horas forman el elenco de la peli porno soñada por cualquier incel con ínfulas. Los personajes femeninos, más que desaprovechados, son planos o secundarios o irrelevantes o accesorios.

Esta concatenación de disyuntivas es también un recurso del que gusta y abusa Zambra y otros tantos autores. La tercera parte recuerda lejanamente, por falta de impacto y de riqueza, a la segunda de Los detectives salvajes. Es otra búsqueda, en este caso con la excusa de un reportaje periodístico, sobre el panorama poético de Chile. No he investigado, y no sé cuántos de los poetas citados son ficticios y cuántos reales.

¿Por qué se termina un libro del que no he abundado en elogios? Primero, porque está bien escrito. Su lectura es fluida. Parece que nada esté pensado, que Zambra improvise. Aplica esa naturalidad que casi únicamente he encontrado en obras de autores hispanoamericanos y que me resulta envidiable. No sientes que estés abordando algo escrito, fijado. Parece que alguien te estuviera contando una historia.

Luego está que, si bien la primera sección titulada Obra temprana no me causó demasiada simpatía, la segunda me interesó por el cambio de enfoque, si bien no me motivó en exceso. Y la tercera, pese a no alcanzar el nivel de las obras idealizadas en mi memoria, me resultó dinámica, vibrante. Se suceden multitud de espacios y protagonistas. Zambra me atrapa, me entusiasma.

Con las dos primeras partes, al autor ha tomado carrerilla, ha dilatado la espera para generar mayores expectativas en el lector. La tercera parte es una linda carrera, aunque no memorable, que termina en una magnífica cuarta parte. Es un final precioso, un buen final que ha ido construyendo laboriosamente y que está lejos del egocentrismo adolescente del principio.

Viniendo de la búsqueda desembocamos en el encuentro y en la generosidad. Compartir, levantar puentes, entre los personajes, entre los lectores, disfrutar de la pasión de leer y escribir sin alaracas, indefensos y desorientados, pero felices e ilusionados. No brilla por su genialidad u originalidad, pero es una lectura de la que guardaré un grato recuerdo.

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