Lo que no tiene nombre de Piedad Bonnett

Al igual que me sucedió con Distancia de rescate de Samanta Schweblin, descubrí esta novela y a su autora gracias a las promociones de Kindle Flash. Sigo, desgraciadamente, midiéndome únicamente con novelas breves, lejos de las obras enormes que leía de joven. Falta de valentía, lo describía Bolaño. Por suerte, en las distancias cortas también existen talentos extraordinarios.

Y es que la narración y el lenguaje de Lo que no tiene nombre son fascinantes. Atrapa desde la primera página. Desde la superficie y desde el exterior de una calle, sumerge al lector en el interior de un edificio, primero; luego, dentro de un apartamento, dentro de una habitación; después, en los objetos que la llenan; finalmente, en la persona, en su alma.

¿Cómo pudo Piedad Bonnett concluir un libro así? Me resulta impensable manejar tanto dolor sin perder el pulso literario, manteniendo una escritura impecable, a la vez que sincera y emotiva. Sus palabras son como las paredes de un submarino a máxima profundidad. Transportan el mensaje sin que la enorme presión interrumpa el viaje, sin hacer agua pese a la sensación de ahogo incesante.

No quiero hacer ninguna sinopsis del argumento por no malograr la experiencia de quien todavía tenga la suerte de descubrirlo por primera vez. Sólo diré que, tras la novela de Mi madre de Yasushi Inoue, esta lectura ha sido completamente su opuesto. Es maravillosa de principio a fin. Para quienquiera leer sus primeras páginas, Amazon ofrece una muestra gratuita.

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