Earwig y la bruja (Aya to Majo, 2020)
Si tras el adiós de Hiromasa Yonebayashi, Gorō Miyazaki era el futuro de Studio Ghibli, la única película con visos de calidad es Kimitachi wa Dō Ikiru ka, firmada por su padre. Sí, Hayao Miyazaki fue un padre terrible. Y sí, su hijo se encarga de recordárnoslo: en entrevistas, en la infumable Cuentos de Terramar, y ahora en Earwig y la bruja. Pero tiene un talento prodigioso para la animación.
Esto no es una defensa de la mala paternidad frente al arte. Pero, joder, qué malas son las películas de Gorō Miyazaki. La colina de las amapolas se salva, pero tengo entendido que la realizó en colaboración con su padre. Ahora ha probado con el 3D basándose en un cuento de la escritora Diana Wynne Jones, de quien ya adaptaron El castillo ambulante.
El problema es que la autora falleció en 2011 de cáncer. El cuento parece que iba a ser el inicio de una saga que, obviamente, quedó inconclusa nada más empezar. Y el libro termina en el mismo momento que la película. ¿Cómo se les ocurre llevar esta historia a la gran pantalla sin, no sé, incluirle un final? La película queda totalmente abierta. Es una mera presentación de los personajes.
Es tan absurda como oír a Hayao Miyazaki afirmar que esta producción está al nivel de los trabajos de Pixar. ¿De qué Pixar? Si bien el diseño de personajes y las muecas son 100% Ghibli, muy divertidos, el resto es terrible. Todas las texturas parecen plástico, y los movimientos parecen de stop-motion. Todo se siente artificial, lejos de la naturalidad a lo que nos tenía acostumbrados la compañía.
¿Realmente lo creía, Hayao Miyazaki, o simplemente lo dijo por aparentar, o, incluso más retorcido, para trolear a su hijo y que se diera una hostia aún más fuerte? Y no hablemos del guion, que parece glorificar la figura demoníaca de un maltratador. ¿Y cuál es la moraleja de un relato basado en la manipulación de otras personas? No sé, todo está muy mal enfocado.
Hasta la fecha, consideraba que Haru en el reino de los gatos era la peor obra de Studio Ghibli, pero Earwig y la bruja se pone en cabeza. Le falta ritmo, carece de chispa, oscila entre lo regulero y lo malo, aburre,... Y encima, después del bodrio, te dejan a la mitad. O Gorō Miyazaki se está vengando de su padre hundiendo el prestigio de su empresa, o es incapaz de entender lo que está haciendo.
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