Laura Dean me ha vuelto a dejar me ha encandilado. Mariko Tamaki escribe un relato íntimo y verosímil acerca de una relación tóxica en la adolescencia. Su lectura es mucho más interesante que la de Aquel verano, recuperando el nivel de aquella obra tras el pastiche perpetrado en Cristales rotos. Sin embargo, si hay algo que eleva el guion a un nivel excelso es el arte de Rosemary Valero-O'Conell. La delicadeza con la que plasma cada rostro, la fuerza con la que transmite cada sentimiento, el preciosismo con el que teje cada página, te deja sin palabras. Su relectura no es obligatoria. Es una necesidad.
Al igual que el cómic anterior, El humano debe mucho a su apartado gráfico. Lucas Varela ilustra esta historia de ciencia ficción donde dos humanos, un Adán y una Eva del apocalipsis, son enviados a un futuro muy lejano por tal de preservar la especie humana. De tono oscuro y turbador, con una reducida paleta de colores que incrementa la asfixia de la trama, su desarrollo no consigue atrapar. Diego Agrimbau no aporta ideas frescas ni originales. Todo avanza por el sendero habitual. Más allá del dibujo, fue un libro que me aburrió.
El hombre sin talento me fascinó. Aunque La mujer de al lado no me atrajo del mismo modo, es innegable que cada obra de Yoshiharu Tsuge supone algo diferente, alejado del circuito de manga comercial al que estamos acostumbrados. La primera vez que supe de Nejishiki fue por una referencia en un cómic de Kabi Nagata. La importancia de esta obra reside en su tratamiento del mundo onírico. Tsuge describe una serie de sueños, cada uno con una aproximación narrativa y estilística distinta. El contenido argumental, freudianamente centrado en el sexo y la violencia, queda en un segundo plano para centrarse en el cómo. De haber sido enfocado de otro modo, su lectura hubiera sido totalmente anodina.
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