El chico y la garza, de Hayao Miyazaki

El secretismo ha rodeado la producción y estreno de Kimitachi wa Dō Ikiru ka (¿Cómo vivís?), la última película de Hayao Miyazaki. Ya no sabemos si la cabra tira al monte, o la montaña va a Mahoma, pero lo cierto es que el genio japonés se volvió a poner manos a la obra tras haber anunciado, ya no sé si por segunda o tercera vez, se decisión de jubilarse "definitivamente".

La película comparte su curioso título con el de una novela de 1937 del autor Genzaburo Yoshino. En ella, un estudiante de quince años llamado Junichi Honda, huérfano de padre, vive con su madre. Su tío materno le hace de mentor, y juntos reflexionan acerca de la sociedad y las relaciones humanas, compartiendo opiniones y puntos de vista. El final es la respuesta de Junichi a la pregunta del título.

Este libro aparece en la película de Miyazaki, corroborando la inspiración que ha debido suponer, pero el guion poco tiene que ver con lo explicado en la novela, más cercana a un diálogo moral que al mundo de fantasía del octogenario animador. Porque, fiel a su estilo, el triste episodio bélico que inicia la película es el trampolín hacia un mundo repleto de criaturas extraordinarias.

Como la referencia al libro no tenía mucho sentido fuera de Japón, entiendo que decidieron darle a la historia un título nuevo. Pero el día del bautizo no debió pasar ninguna musa por la oficina. El descriptivo El chico y la garza quedó asentado para el resto del mundo. En España no se conformaron con eso y cambiaron el nombre de Mahito a Maito, sustrayéndole una sílaba con la diptongación.

A los doce años, Mahito pierde a su madre durante un incendio en 1943, en plena Guerra del Pacífico. Tiempo después, su padre vuelve a casarse, pero Mahito tiene dificultades para aceptar la nueva realidad, todavía profundamente afectado por el luto. Este conflicto interno lo hará embarcarse en un viaje a otro mundo donde buscará la sanación a su dolor.

Bloqueado afectivamente, preso de la depresión, Mahito carece de la fuerza de las heroínas de Miyazaki, haciendo que la película resulte más pesada en comparación a otras de sus obras anteriores. La alegría y fuerza desbordantes de Ponyo, Nausicäa o Kiki las encontramos en Lady Himi. Cuando ella aparece, la historia, la pantalla y el rostro de los espectadores se iluminan.

La animación, sin duda, es buena, pero no alcanza las cotas de La princesa Mononoke o El viaje de Chihiro. Sin embargo, es de alabar que la exigencia de Miyazaki haya conseguido pulirlo pese a la delicada situación de la industria del anime japonés, con mucha mano de obra externa para una producción que no ha dejado de crecer, exigiendo más cantidad y rapidez en sacrificio de la calidad.

Al salir del cine, mi sensación ha sido agridulce. Ni el duelo es un tema fácil de digerir, ni me ha fascinado tanto como en otras ocasiones. Hubo partes de la trama que no entendí, y el cierre me pareció abrupto. Deseaba conocer más de los personajes. Pese a todo, contiene escenas que seguro recordaré, y espero que ninguna de ellas contenga pelícanos. Los pájaros de esta película son carne de pesadilla.

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