Dolor y gloria (2019) |
Esta autobiografía sentimental de Almodóvar me ha gustado tanto por la actuación de Antonio Banderas como por su estética y contención. Habla de la edad, de los dolores que se hacen crónicos. Ya no es la punzada en el costado que desaparece. Ya no es ese bajón ocasional que olvidaremos. Es el aguijonazo constante, la tristeza diaria e imbatible.
Es cierto que se la podría tachar de burguesa, de corolario de quejas nimias del acomodado, más si la comparamos con el filme de Nakache y Toledano, pero el director manchego y el actor malagueño consiguen que no se convierta en una dramatización ni excesiva ni innecesaria. Los años llegan irremediablemente, con sus crisis y su incertidumbre ante la certeza del final.
Cada plano, rodado con esmero, es un gozo visual. La figura gris y apagada de Salvador Mallo, alter ego de Almodóvar, se recorta sobre las coloridas paredes de su piso madrileño, reflejo de un pasado exitoso y feliz. Del mismo modo, los luminosos rayos del mediterráneo se cuelan entre las rejas de su infancia en las cuevas de Paterna, engalanando la miseria de los sesenta con nostalgia y belleza.
En el otro extremo de este relato pausado e intimista, en el que, pese a los oscuros nubarrones interiores, sigue brillando el sol, Especiales, de los creadores de la exitosa Intocable, es un bloque de cemento de realidad. Aquí no escampa. Ante la fragilidad de los paraguas, el estoicismo de seguir caminando bajo la lluvia. Es una lucha sin cuartel ni ayuda, ni apenas medios.
No es una comedia optimista como Campeones o el taquillazo con François Cluzet y Omar Sy. Bruno (Vincent Cassel) y Malik (Reda Kateb) dirigen dos organizaciones sin ánimo de lucro a cargo de niños y adolescentes autistas, casos extremos de los que las asociaciones y centros regulados se desentienden por la imposibilidad de atenderlos dada la saturación del sector.
La organización de Bruno recibe la visita de dos inspectores gubernamentales, quienes estudian cerrarla a causa de la falta de acreditación oficial y de la presencia de cuidadores sin formación en el equipo. Esto se debe a que contratan a adolescentes en riesgo de exclusión social para ofrecerles una profesión de la que, posteriormente, podrán titularse.
Es dura sin ser lacrimógena. No dulcifica a los pacientes, ni santifica a los cuidadores. Espeta un contundente "Es lo que hay y ahora lo sabes". Su objetivo es visibilizar la labor constante y silenciosa que llevan a cabo organizaciones como Le Silence des Justes de Stéphane Benhamou y Le Relais IDF de Daoud Tatou, en quienes se basa esta historia. Desde luego, una excelente toma de conciencia.
Especiales (Hors normes, 2019) |
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