Deponia: la peor experiencia que he tenido jugando

Canté bingo cuando encontré de  oferta los cuatro juegos de Deponia en la eShop de Nintendo. Llevaba tiempo queriendo jugar esta saga de aventuras gráficas y diez euros me parecieron baratos, sin imaginar lo caro que me saldría.

En un futuro distópico y estrafalario, la Tierra es un gran vertedero de chatarra. El hilo argumental sigue a Rufus, uno de los supervivientes que sueña con ascender a los cielos gracias a sus disparatadas invenciones. Allí en las alturas, libre de podredumbre y privaciones, se encuentra la ciudad flotante del Elíseo, residencia de los más privilegiados.

Aunque argumentalmente está claramente inspirado en la trama de Alita, ángel de combate, su progresión está lejos de la ultraviolencia y la gravedad del manga. Su tono cómico y absurdo hay que buscarlo en las aventuras de LucasArts como Monkey Island, Day of the Tentacle, Sam and Max o Full Throttle. Sin duda, equilibra con nota buenas dosis de humor con un excelente apartado gráfico.

Sin embargo, la saga en sí se estrella en puntos cruciales. En Switch, y parece que en otras plataformas ha sucedido algo similar, técnicamente es un desastre. La tetralogía contiene bugs bloqueantes que te obligan a reiniciar la historia. El autoguardado incluso lo empeora, obligándote a salvar manualmente a cada paso en diferentes slots para asegurarte varios puntos de recuperación.

Si bien ya en la primera me encontré uno de estos errores (una bombilla roja de una vagoneta que desaparece cuando la vuelves a colocar), tuve la suerte de haber guardado poco antes. Fue con Caos en Deponia, la segunda parte, donde tuve que repetir cuatro veces un progreso de una hora (la capa de invisibilidad que hace lo propio, y el diálogo con el jefe del crimen "desorganizado").

A partir de ahí, la inseguridad se apoderó de mí, y a cada pequeño bloqueo me preguntaba si no me había topado con otro error. Quería terminar la historia, pero no quería volver a quedarme encallado en bucles de sesenta minutos. La tercera y cuarta entregas, Goodbye Deponia y Deponia Doomsday, las jugué con guías, y cada vez que se complicaba un poco un puzle, echaba mano de ellas.

Para quien piense que la cosa no podría ir ya a peor, se equivoca. La última entrega sufre de crashes espontáneos. Sales de una habitación, y el juego se cierra. Reinicias, estás media hora, y se vuelve apagar. Desesperante. Incluso hay momentos en que necesitas estar en un punto exacto para poder agarrar objetos. De otro modo, da la sensación de que el artículo no es seleccionable.

Sumado a esto, tenemos la irregular localización de los juegos. Los dos primeros están doblados y traducidos, pero la siguiente dupla sólo ofrece subtítulos en español. Encima, del primero al segundo, la voz de Rufus en castellano cambia por otra más irritante, cosa que precisamente este personaje deleznable no necesitaba.

Y es que otro punto nauseabundo del juego es su machismo recalcitrante. Lo que en la primera entrega es un rasgo del carácter del protagonista, que es un perdedor despreciable, acaba empapando el guion de la saga. Cada vez es menos gracioso porque, a medida que el desagradable inventor va convirtiéndose en un mesías y, en cierto modo, se justifican sus actos, su misoginia no va en detrimento.

En el Deponia original, Rufus hace mil y una perrerías para recuperar la conciencia de Goal, que está alojada en un disco de memoria. En Caos en Deponia, ese disco se estropea y la personalidad de ella se fragmenta en tres. Entonces, el modo de "arreglarla" es enamorar a las tres conciencias de la chica por medio de misiones que literalmente la denigran.

Hay chistes de "mujer a la cocina", mofas sobre la menstruación, insultos a la transexualidad, humillación de mendigos,... En la última entrega, hay hasta un inclasificable sketch donde dejas a unos críos con un pedófilo, bromas sobre el suicidio, sobre los trastornos mentales,... Tal vez con al edad mi piel se ha vuelto más fina, pero las burradas que salen han llegado a dejarme sin palabras. 

Al menos, podría ser que la historia valiera la pena. Mi opinión es que el guionista empezó a sufrir delirios, y esta parodia de ciencia ficción toma rumbos cada vez más extraños: metiendo clonación, viajes en el tiempo con elefantes rosas,... Las tramas del comienzo, como el padre desaparecido de Rufus, se solventan sin que tengan ningún impacto en los acontecimientos posteriores.

Se plantea una serie de conflictos al inicio que no tienen nada que ver con el devenir de la aventura. Sólo sirve para añadir más puzles, que son cada vez más rebuscados. Un pastiche que, mezclado con todo lo anterior se hace bola. ¿Quién quiere que el cierre de una saga cómica sea triste y serio? Pues nada, ahí lo llevas. Y te lo alargo con una cuarta entrega que no cambia absolutamente nada.

Deponia presenta a un personaje asqueroso y egoísta para convertirlo en héroe justificando todos sus actos. Su trágico final, como siempre en pro del amor, un amor basado en el abuso y el engaño, es un burdo intento de limpiar sus pecados. Me empeciné en terminarlo, pero más me habría valido hacer como una amiga mía y devolverlo nada más ver el panorama del primer juego.

Acabé hecha un trapo huyendo de la realidad de Kabi Nagata, y Giganta de JC Deveney y Núria Tamarit

Acabé hecha un trapo huyendo de la realidad de Kabi Nagata es un cómic autobiográfico en el que la autora habla de su ingreso hospitalario por pancreatitis aguda. Aunque la enfermedad ocupa el grueso del relato, es el reverso de su alcoholismo y de su bloqueo creativo y emocional. 

De no ser por la falta del patrón reticulado, cualquier diría que está dibujado con Rotring en una libreta de colegio. Su estilo es sucio y tosco. Las notas de color, como si hubiera pintado con un subrayador naranja, no lo hacen más bonito. En cambio, el modo en que cuenta su situación resulta sincera, amena y chocante al mismo tiempo. Atrapa al lector. 

La frase que más me impactó sale de la boca de su médico: "Los japoneses pensamos que el alcohol es simplemente alcohol. En otros países, se percibe claramente como una droga". Y la protagonista casi cortocircuita cuando la oye. Qué visión más distinta acerca de una adicción tan dañina.

Me duele haber comprado un ejemplar dedicado de Giganta de JC Deveney y Núria Tamarit. Me duele porque la lectura no ha sido lo que yo esperaba, pero no puedo más que enternecerme al ver la ilustración en blanco y negro que me hizo la autora. Y qué edición... una hermosura de libro.

Las ilustraciones me parecen maravillosas. Su trazo suave y delicado, coloreado con mimo, me ha embelesado. La historia, por el contrario, no me ha convencido. Una pareja de campesinos encuentra un bebé abandonado en el bosque. Es enorme. Al llegar a la adolescencia, Celeste descubrirá el rechazo que genera su tamaño, y emprenderá un viaje en busca de su lugar en el mundo.

Está narrado como si se tratará de un cuento infantil sin la parte chistosa o loca de estos. Presenta numerosos relatos y personajes que parecen, más que parte de la trama, digresiones. El tono ingenuo me agotó. Fue una lectura que se me hizo larga, aburrida, totalmente lo opuesto al cómic de Kani Nagata.

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PD: También he leído los tomos 2, 3 y 4 de Metamorphosis BL. La amistad de la anciana Ichinoi y la tímida Urara sigue su curso, sin complicarse demasiado. La trama sufre un pequeño bajón en la tercera entrega pero se recupera en la cuarta. Siento cierto miedo por cómo puede acabar. No me gustaría que ninguno de las dos protagonistas sufriera.

Un mes en Tinder siendo mujer gamer de Marina Amores y Daniel Muriel

No se debería juzgar un libro por su cubierta y, sin embargo, somos los únicos que tropezamos dos veces con la misma piedra. Cuando vi en la librería Un mes en Tinder siendo mujer gamer de Marina Amores y Daniel Muriel, pensé que se trataría de un relato personal enfocado al público adolescente, y no de una mini investigación sociológica enmarcada dentro de los estudios de género.

En el prólogo ya se me desbarataron las expectativas que traía. Leo: "dentro del contexto de lo que Judith Butler denominaba la matriz heterosexual, ese esquema de inteligibilidad cultural donde se naturalizan las categorías de sexo, género y deseo". Ni esperaba tecnicismos ni un tono tan académico. Por suerte, pese a que este enfoque se mantiene a lo largo de todo el texto, la lectura se simplifica una vez superas el preámbulo.

El libro busca demostrar el machismo existente entre los aficionados a los videojuegos, un sexismo omnipresente en la sociedad, pero especialmente virulento y agresivo aquí si lo comparamos con otros hobbies como, por ejemplo, la literatura. A día de hoy a nadie en Europa le sorprendería que una mujer leyese, ni la cuestionaría para discernir si su interés es sincero o impostado.

El ensayo sigue una estructura precisa. Primero plantea la hipótesis, explica el experimento y circunscribe el marco. Tinder es una aplicación de ligoteo que refleja a la perfección la mercantilización del sexo en la sociedad contemporánea. Diseccionando las entrañas de la app, descubrimos un sistema de gamificación basado en el sistema de puntuación Elo, el mismo que el utilizado en el ajedrez.

Después, muestra los resultados obtenidos durante un mes a través de trescientos chats en que los usuarios interactuaron con el perfil falso de una chica gamer gestionado por los autores. Las conversaciones están llenas de actitudes paternalistas y enjuiciadoras, además de otras más graves que entran en el terreno de la hostilidad y la amenaza.

Finalmente, se exponen las conclusiones. El problema es que, como los mismo autores apuntan, este es un experimento parcial. A pesar de que la totalidad de los comportamientos se presentaron antes del fin del periodo descrito, repitiéndose  luego sin aportar información nueva, confiar las conclusiones a un único perfil no sirve para explicar cuál es el origen de las distintas actitudes de los internautas.

No pueden corroborar si la hostilidad es simplemente por ser mujer, o por ser una mujer aficionada a los videojuegos. ¿Cómo hubieran reaccionado sus interlocutores si, en lugar de subir fotos de una modelo dentro de los estándares de belleza, hubieran colgado imágenes de otra fuera del canon? Son dudas que contrastan con el tono formal y riguroso del texto.

Para mí, Un mes en Tinder siendo mujer gamer es un testimonio necesario sobre la hostilidad que las mujeres sufren en redes sociales, algo que la autora Marina Amores conoce bien. Recuerdo los constantes ataques verbales que sufría cuando trabajaba en Eurogamer España, y hasta los intentos de sabotaje del evento Gaming Ladies, creado por ella y dirigido exclusivamente a mujeres.

En lo personal, y vistas las conclusiones, hubiera preferido un escrito más distendido y personal. El inconveniente es que, de haberlo hecho así, sus detractores hubieran tachado sus afirmaciones de particulares, sesgadas y falsas. Esperemos que ahora tengan que rebuscar un poco más en el cubo de las excusas para negar que el machismo imperante. Basta ya de tanta toxicidad destructiva e innecesaria.

Dos películas que no fueron como me esperaba: Lady Bird y Personal Shopper


Lady Bird (2017)

Ver el avance de muchas películas es destripar todo el argumento. Más que trailers, deberían llamarse spoilers. En el lado opuesto, está el problema de ir virgen al visionado, con apenas unos fotogramas en la cabeza o algunas frases fuera de contexto. Entonces, te llevas un chasco descomunal porque las expectativas se estrellan contra el celuloide.

Me pasó con Lady Bird y Personal Shopper. No sé por qué me formé esta idea, pero creía que Lady Bird era una versión modernizada y pop de algún clásico anglosajón. Pero no. Es la historia de una adolescente que se apoda a sí misma "Lady Bird" y que sigue las pautas habituales de los relatos del paso de la adolescencia al mundo adulto.

Me aburrió mucho y me cansó bastante, porque no encontré ninguna idea nueva, ningún diálogo interesante, ni ningún encuadre o fotografía que me llegara a impactar. Como es habitual en estos acercamientos pop, se habla de cosas bastante duras que, pasadas por el tamiz de lo cool, pierden su gravedad y su crítica. Las cosas pasan para que te olvides de ellas.

La otra película, protagonizada por Kristen Stewart, es rarísima. Me la imaginaba como una crítica malrollera al capitalismo, a la despersonalización del individuo, y es un pastiche de géneros: cine de autor acerca del duelo con escenas de terror de fantasmas y thriller de asesinatos. El ritmo es desasosegante, y podría decir que me gustó más que la anterior, pero me dejó muy confundido.

Tiene ese punto tan reconocible de cine francés pedante. En este sentido, lo que más descuadra es que su personaje principal sea estadounidense cuando todo su guion es muy francés: desde las boutiques y las joyerías de alto standing con atildados dependientes, hasta las escenas "artísticas" de desnudos.

Tal cómo son los franceses, me hubiera encantado poder leer el pensamiento del resto del elenco al verse obligado a rodar en inglés por culpa de una sola yanqui. Bromas aparte, la mezcla de géneros es muy rara, y no entiendo hacia donde pretende apuntar el director. ¿Busca jugar con nuestras expectativas? ¿Hacernos caer en la mismo juego que la protagonista?

El final ya me remató. En el lugar donde pensaba que aparecerían los créditos, me encuentro con un viaje hacia ninguna parte, estremecedor, porque la escenas de miedo te ponen un nudo en la garganta, pero incomprensible. Y es una pena. Ambas películas llevaban tiempo en mi lista de pendientes y no han sido en absoluto lo que me esperaba. Tocará ver el trailer la próxima vez.


Personal Shopper (2016)