Miyazaki después de Chihiro: El castillo ambulante, Ponyo y El viento se levanta

El castillo ambulante (Hauru no Ugoku Shiro, 2004)

Después de El viaje de Chihiro, le perdí la pista a Studio Ghibli. Sin embargo, me queda claro que si hubiera visto El castillo ambulante en su estreno, mi extrañeza sería la misma que hoy. Tanto la historia como ciertas animaciones me descuadran un poco. Incluso la sensación que transmite es diferente a las obras anteriores de Miyazaki.

Sophie es una joven sombrerera de dieciocho años cuya vida se cruza fortuitamente con la de un mago llamado Howl. Este encuentro provoca que la Bruja Calamidad, enemiga del brujo, la maldiga transformándola en una anciana de noventa años. Sophie tendrá que ir en busca de Howl que vive en un castillo ambulante, para que rompa el hechizo.

Lo que más me ha chocado de la película ha sido el tono de la trama, muy oscuro. Tanto las escenas de guerras como las metamorfosis del mago me parecen más propias de una pesadilla que un trabajo de Miyazaki. Ciertos diseños, como el del castillo o el espantapájaros, me parecen faltos de chispa; por no hablar de la progresión y la resolución, que resultan bastante irregulares. 

No me gustó ni la disfruté. La animación es buena, aunque da la impresión de estar por debajo de trabajos anteriores. A diferencia de aquellos, ningún personaje tiene el carisma de un Porco Rosso o la Princesa Mononoke. Calcifer, el demonio de fuego, el más divertido y, aun así, su diseño no es especialmente ingenioso. Es la película firmada por Miyazaki que menos me ha gustado.


Ponyo (Gake no Ue no Ponyo, 2008)

En cambio, Ponyo sí tiene el carisma que uno espera de una creación de Miyazaki. Sin ser de mis favoritas tampoco, pues su relato dirigido a los más pequeños me resulta me acabó aburriendo tanto en la sala de cine entonces, como ahora en Netflix, sí que consigue provocarme esos "momentos Miyazaki" que tanto embelesan al espectador.

Ponyo es hija de un hechicero que odia la tierra firme. Un día, mientras su padre está despistado escapa y llega hasta un acantilado donde queda atrapada en un tarro tirado en el fondo del mar. Un niño pequeño llamado Sōsuke la rescata, y Ponyo se enamora de él. Por desgracia, su decisión de abandonar el océano empieza a generar una serie de catástrofes sin precedentes.

Uno de las escenas álgidas de la película es la de Ponyo corriendo encima de las olas de un maremoto, mientras la madre de Sōsuke sortea con el coche los obstáculos que la tormenta pone en su camino. Es trepidante. Lo mejor, sin duda, fue escuchar en el cine a un grupo de niños gritándole a la pantalla: "¡Corre, Ponyo! ¡Correeeee!".

Esto es un indicador de la grandiosidad del personaje, que consiguió grabarse en la memoria de muchos como ya lo hiciera Totoro. Puede que la historia me parezca rara, que sus personajes no me parezcan redondos o que el final se me haga demasiado abrupto. Tampoco la animación es tan increíble como en Mononoke o Chihiro o El castillo en el cielo. Pero Ponyo siempre estará en nuestros corazones.


El viento se levanta (Kaze tachinu, 2013)

Antes de verla, estaba convencido que las escena de las olas de Ponyo había sido el canto de cisne del genio japonés. Cuán engañado estaba. El viento se levanta me ha parecido inconmensurable. Miyazaki cuenta la vida de Jirō Horikoshi, el ingeniero jefe responsable de muchos de los diseños de cazas japoneses durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero El viento se levanta guarda escasa fidelidad con la vida del técnico aeronáutico, ya que mezcla su biografía con la novela homónima del escritor Tatsuo Hori. ¿Para qué, entonces, incluir una figura histórica? Si algo hay verídico dentro de la película son los planos de los aviones, la gran pasión del director tokiota. Y aquí reside el gran dilema.

Miyazaki no está interesado en la biografía, sino el conflicto entre su gran pasión y la guerra. Como antibelicista declarado, no puede soslayar que la ciencia para surcar los cielos se desarrolló gracias a los enfrentamientos entre naciones. Es una reflexión en voz alta en la que aprovecha para criticar la posición y actitud del gobierno de su país tanto entonces como ahora.

La animación me ha parecido excepcional, superior a Ponyo o El castillo ambulante, con escenas estremecedoras como la del Gran terremoto de Kantō. Conjuga el amor y el drama de una trama principal realista con elementos oníricos como ya ocurrió en Susurros del corazón. La disfruté muchísimo. Me emocionó comprobar que el septuagenario creador sigue brillando como siempre.

Studio Ghibli en la cima: La princesa Mononoke y El viaje de Chihiro

La princesa Mononoke (Mononoke Hime, 1997)

El viaje de Chihiro ganó en 2002 el Oscar y el Annie a mejor película de animación, y el Oso de Oro de Berlín a mejor película. Es un portento del cine de animación tradicional que a día de hoy, cuando el 3D ha copado las carteleras encabezado por la no menos maravillosa Pixar, sigue fascinando a los espectadores. Pasarán los años y se seguirá estudiando lo que hizo el gran Hayao Miyazaki.

Sin embargo, la historia de esta niña de diez años que se ve atrapada en un mundo fantástico del que tiene que huir, y del cual debe rescatar a sus padres, pierde fuelle hacia el final. El guion no parece tener claro qué rumbo tomar. Hacia el final hay un giro, e incluso una revelación acerca del pasado de la protagonista, que nos lleva a una resolución bastante tibia.

La princesa Mononoke se construye en una línea ascendente muy clara a lo largo de todo el metraje. El público está esperando ver el gran festival pirotécnico que cierre el viaje del príncipe Ashitaka. Tras ser maldecido por un espíritu del bosque convertido en demonio, el joven inicia la búsqueda de la región donde la deidad de los bosques se envenenó por culpa de una bola de hierro.

Es cierto que una comparación entre ambas es engañosa, pues se enfrentan dos obras demasiado distintas. Por un lado, está el relato de aventuras dirigido a adolescentes con una premisa claramente ecologista, y, por otro, un relato de aprendizaje o formación para todos los públicos, en el que una niña consentida aprende el valor del esfuerzo y la amistad.

Mononoke pretende reflexionar sobre el comienzo de la industrialización y, por ende, el conflicto entre el ser humano y la Naturaleza, pero no abandona en ningún momento la acción. Hay peleas, explosiones, combates cuerpo a cuerpo, fieras descomunales. Pese al habitual ritmo pausado de los trabajos de la compañía, se  puede afirmar que es la peli más trepidante de Studio Ghibli.

Chihiro, en cambio, es un cuento, una Alicia a través del espejo del país del Sol naciente, repleto de personajes de las fábulas y leyendas del folclore japonés. La protagonista, pese al mundo mágico que la rodea, está limitada a lo que una persona de su edad puede hacer. Sus victorias son fruto del tesón y las amistades que sus buenas acciones le granjearán.

Mis preferencias me influyen, y seguramente me inducen a realizar una lectura demasiado plana. Puede que desde el plano psicológico la ganadora del Oscar sea mucho más interesante, pero tanto la progresión como la espectacularidad de Mononoke me atrapan. Aun con una duración de 134 minutos, nueve más que Chihiro, mi atención no decae, mis ojos están clavados a la pantalla.

Siendo la película que más he visto de Miyazaki, enamorado de ella desde que la comprara en VHS a los quince años, la he vuelto a disfrutar como nunca en Netflix. Con Chihiro, en cambio, y como me ha sucedido desgraciadamente con otras obras impecables del estudio nipón, tuve que esforzarme por no dormirme. La apasionante princesa Mononoke desvela cualquier siesta.

El viaje de Chihiro
(Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001)

Oscar 2002

El Studio Ghibli más japonés: Pompoko, Mis vecinos los Yamada y El cuento de la princesa Kaguya

Pompoko (Heisei Tanuki Gassen Ponpoko, 1994)

Fallecido en 2018, Isao Takahata es el director de la infancia de muchos nosotros. Heidi, Marco o Ana de las Tejas Verdes nacieron fruto de su trabajo. Fue el alma de Studio Ghibli junto a Miyazaki, y aportó un relato más realista y arraigado a las tradiciones de su país que el de su compañero de trabajo. Pompoko, si bien se aleja del realismo de la dolorosa La tumba de las luciérnagas y la introspectiva Recuerdos del ayer, es un recital de folclore japonés.

Con el título original de Heisei Tanuki Gassen Ponpoko (literalmente, La guerra de los tanuki de la era Pompoko), Takahata habla de cómo el crecimiento urbano ha conllevado la destrucción de la naturaleza. A diferencia de las zonas rurales, las ciudades rompen la armonía entre el hombre y su entorno, relación importantísima dentro del sintoísmo y de cualquier religión animista. La historia es narrada a través de un grupo de tanuki, en sus numerosos intentos por salvar su bosque.

Aunque traducido como mapache, el tanuki es una especie distinta. Este error ya da cuenta de lo difícil que es entender muchas referencias de una obra tan japonesa. Las escenas en que el animal estira su escroto parecen salirse del tono de la fábula, pero tienen todo su sentido dentro de la tradición, incluso imitando pinturas famosas. La película resulta entretenida al principio, pero acaba haciéndose larga, rematando en un final que busca la concienciación antes que el autoengaño feliz de Disney.


Mis vecinos los Yamada
(Hōhokekyo Tonari no Yamada-kun, 1999)

Aunque Pompoko contiene grandes dosis de comedia, su trasfondo es agridulce. En un cambio de estilo radical, buscando el humor, la simplicidad y el estilo caricaturesco, Takahata creó Mis vecinos los Yamada. Es una adaptación del manga Nono-chan (1991-1997) de Hisaichi Ishii. El cómic es un yonkoma, es decir, una tira cómica de cuatro viñetas que bien pueden presentarse en vertical o en cuadricula.

Uno nunca pensaría en Stugio Ghibli al verla. El minucioso dibujo es remplazado por una línea más suelta y desenfadada. Su trama no es un relato completo, sino diferentes historias cortas, anécdotas, de la familia protagonista. Desnuda de argumentos ecologistas, antibelicistas o feministas, ni siquiera repite las temáticas estrellas que ha divulgado el equipo a lo largo del mundo gracias a sus trabajos anteriores.

Es un entretenimiento ligero, que, pese a todas las diferencias, no se aleja de la línea costumbrista de Takahata. En taquilla no funcionó demasiado bien, y está considerada como uno de los primeros fracasos del estudio. Tiene detalles buenos, pero no es un pasatiempo para partirse el pecho. Cualquier episodio de Shin-chan lo supera en carcajadas. Eso sí, la versión japonesa de la canción Que sera, sera se despide del espectador dejándole una sonrisa en la cara.


El cuento de la princesa Kaguya
(Kaguya-hime no Monogatari, 2013)

El nacimiento de los hijos de los Yamada parodia dos cuentos tradicionales como son el de Momotarō y la Princesa Kaguya. Este último se convertiría en la obra que pondría el punto y final en la trayectoria del aclamado director, un adiós que más de un animador soñaría con tener. Recuerdo que, a diferencia del resto, esta la disfruté en el cine. Llena de ternura y una delicada tristeza, me maravilló sin saber quién estaba detrás de ella.

La historia de la princesa Kaguya, también conocida como El cuento del cortador de bambú (Taketori Monogatari), narra cómo un campesino encuentra a una niña diminuta rodeada de un halo dorado dentro de un tallo de bambú. Él y su mujer, un matrimonio pobre sin hijos, deciden criarla. A partir de entonces, diferentes sucesos convencen a los ancianos del origen divino de la chica, lo que los llevará a buscarle un príncipe con quien contraer matrimonio.

Takahata deseaba conectar emocionalmente con el público, por eso utilizó un estilo sencillo, cercano a las acuarelas de los cuentos. La película trata de cómo las malas decisiones de los padres pueden afectar a los hijos y de cómo la sociedad oprime a las mujeres bajo imposiciones absurdas, motivos que conducen al amargo desenlace. Enarbolando una vez más el valor de una vida sencilla frente a la opulencia innecesaria, el artista japonés se despidió de todos nosotros para siempre.

La dependienta de Sayaka Murata


La primera novela de Sayaka Murata, Jyunyū (Lactancia materna), ganó en 2003 el Premio Gunzo para escritores noveles. Diez años después, recibió el Premio Yukio Mishima por su octava novela Shiro-iro no machi no, sono hone no taion no. En 2016, su décima y hasta la fecha última novela se llevó el prestigioso Premio Akutagawa.

El título de la novela es Konbini ningen. Konbini es como llaman los japoneses a las tiendas abiertas las 24 horas (por la adaptación y abreviatura del inglés convenience store), y donde suelen vender todo tipo de comidas preparadas, refrescos, y revistas. Ningen quiere decir persona, creando una especie de monstruo mental en el que se fusionan el ser humano con el edificio.

En español, ha sido traducida como La dependienta, perdiéndose tal vez ese matiz que en inglés han intentado mantener como Convenience Store Woman. Aunque es novela breve de menos de doscientas páginas y de fácil lectura, Murata sabe clavar el cuchillo en el hueso de la sociedad nipona, la cual solemos tratar de estrafalaria pero que acostumbra a ser un reflejo exacerbado de las taras de Occidente.

Desde niña, a Keiko Furukura le ha costado entender la sociedad en la que vive. Muchos malentendidos y situaciones incómodas son fruto de sus problemas para leer las situaciones. No sabe cómo comportarse con el resto de personas y eso la convierte en un ente extraño. Por suerte, a los dieciocho encontró un trabajo en una konbini, donde sólo tenía que ceñirse al manual.

Cómo contestarle a los clientes, qué decir si un producto se ha agotado, cuándo ofrecer su ayuda. Todo viene en el libro. Ella se amolda perfectamente a esa realidad dentro de la caja de cristal donde repone, limpia, cobra, prepara las comidas, memoriza los precios, prepara las ofertas,... Pero el tiempo pasa deprisa, y lo que en su juventud parecía razonable, con treinta y seis ha dejado de serlo.

Nadie entiende que con esa edad no tenga hijos, ni pareja, y que siga trabajando por horas en una tienda. Si aquí, que nos consideramos muy laxos, tenemos expresiones como "se te va a pasar el arroz" para juzgar a las mujeres sin descendencia que han pasado los treinta y pico, en Japón, donde ser útil a la sociedad es un mantra, es un estigma.

Keiko ha tenido que mentir, fingir una enfermedad que no le permite llevar otro tipo de vida. Pero un día todo se trastoca y empieza a ver las reacciones de sus amigas, de su familia y de sus compañeras de trabajo. Aunque la sociedad liberal erige el individualismo como su mayor valor, queda claro que uno sólo puede ser un individuo si sigue las reglas establecidas.

Como otros textos de la literatura japonesa, La dependienta hace gala de un estilo muy directo y desnudo, sin florituras. No por ello es una lectura superficial. Tanto el pensamiento de la protagonista como el conflicto al que se encara son perfilados con claridad. Me ha recordado al rechazo con el que se encuentra Yeonghye en La vegetariana, obra de la surcoreana Han Kang.

Si debo ponerle algún pero, ha sido la traducción. Los textos japoneses en español suelen no ser perfectos en este sentido. Aquí he encontrado ciertas construcciones extrañas, como adversativas que no deberían serlo, o términos que deciden traducirse frente a otros que no. Aparte de estos pequeños traspiés, es la lectura ideal para reflexionar sobre los engranajes de nuestra sociedad.

Harley Quinn: Cristales rotos de Mariko Tamaki y Steve Pugh


Vi este cómic protagonizado por el personaje favorito de mi cuñada y me dije: "Buen regalo de Navidad". Y luego al dependiente: "No me lo envuelvas que me lo voy a leer antes". Un poco feo, ¿no? En mi defensa diré que el de la tienda fue el primero que me lo sugirió. Y si el vendedor te desliza esa oferta de este tipo, uno presume que el delito valdrá la pena.

Harley Quinn: Cristales rotos tiene una guionista inesperada y una grata sorpresa en la mesa de dibujo. No esperaba a Mariko Tamaki porque la tengo más asociada (en tándem con su prima Jillian) a novelas gráficas de corte más intimista (Skim, Aquel verano). Luego, viendo sus trabajos anteriores, descubro que antes de esta historia larga ya había sido guionista de Tomb Raider, Supergirl y She-Hullk.

A Steve Pugh lo conozco de Hotwire, una serie futurista de policías y fantasmas que tiene más de británica que de estadounidense, con regusto a 2000AD pero, sobre todo, con unas páginas que se te cae la mandíbula al suelo. Si bien aquí la línea cobra más protagonistamo que en Hotwire, es demencial el talento que tiene en sus dedos.

Este reboot del origen de Harley Quinn contradice bastantes planteamientos anteriores, como su primer encuentro con el Joker y su relación con él. Las incongruencias no son tales porque, según he leído, esta es otra de los infinitos comienzos posibles dentro del multiverso de DC. Sea como sea, poco importa que se tenga en cuenta lo anterior si podemos disfrutar de un buen relato.

La verdad, comparado con Aquel verano, Cristales rotos es plano a más no poder. Los personajes no tienen profundidad alguna. Los buenos son tan buenos que tienen hasta huertos ecológicos, y los malos tienen tanto miedo de salirse del cliché que se esfuerzan en soltar de carrerilla la lista más predecible de cosas odiables en el siglo XXI.

Harley Quinn es feminista y está empoderada. La renovación de su relación tóxica con el Joker es más que necesaria. Su amiga Poison Ivy es negra, ecologista y vegana. Hay sororidad y empoderamiento sin contradicciones. El planteamiento es maniqueo como la justicia de un adolescente, obviando la fuerza de sus convicciones pero exacerbando su ingenuidad.

El librero, sin duda, me tangó. O realmente a él le impresionó. No sé cuán rompedor puede resultarle al lector asiduo del género redescubrir a la ayudante del villano más carismático y temible de DC renacer de este modo. El apartado gráfico es impecable, como cabría suponer de Steve Pugh, pero el guion queda lejos de la complejidad emocional de otros trabajos de Mariko Tamaki.

El Cid, la serie de Amazon Prime


La imagen de Jaime Lorente como El Cid en el poster promocional ya avisa de lo que vamos a encontrarnos: una mala actuación. No sé por qué un militar del siglo XI habla y se comporta igual que el quinqui del atraco de La casa de papel. Tampoco entiendo cómo el protagonista puede tener el pecho tan cuidadosamente depilado, cuando es el primero en alardear de no bañarse en semanas.

Igual que se hace con Mario Casas y otros sex symbols del estrellado estrellato patrio que tienen menos tablas que la casa de Dorothy después del tornado, Lorente se rodea de un buen elenco actoral. Ojo, no estoy diciendo que él no sea un buen intérprete, sólo que no lo demuestra ni lo sugiere. Él está para lo que está: marcar paquete y atraer audiencia. Sin él, tal vez, el resto no tendrían trabajo.

La serie se ha esmerado con la vestimenta y las armas castellanas, pero luego se ha tomado libertades con los musulmanes y con la Historia en general. Por no escatimar, también se han pasado la Leyenda por donde les rascaba. No me parece mal, pues aquí lo importante es crear una ficción entretenida, que no dé vergüenza ajena. Desgracidamente...

Los puntos más débiles, y que entiendo que vienen obligados por la producción, es que imita a Juego de Tronos hasta en los incestos. Una serie española no va a poder equipararse a una estadounidense ni en presupuesto, ni en efectos especiales. Pero podría haber ganado atractivo con originalidad, personajes distintos que tal vez no encontraríamos en un producto estadounidense.

Pero eso no está. Para mí, lo mejor han sido los actores que, tristemente, por las exigencias del copia y pega, deben llevar acabo unas interpretaciones incoherentes y anacrónicas, y recitar unos diálogos insípidos como una galleta dietética de arroz. Las escenas de acción están bastante logradas, tal vez porque nadie habla en ellas. Entretener entretiene... pero chirría más que el catre de un prisionero.

Metamorfosis BL (Metamorphes no Enogawa) de Kaori Tsurutani


Si el manga es capaz de abarcar cualquier tema que se le proponga es un debate más que superado. Todo cabe dentro del mercado del cómic japonés. Los hay deportivos, románticos, de aventuras, bélicos, gastronómicos, de lucha, de humor absurdo, dramas lacrimógenos,... En los últimos años han aparecido hasta adaptaciones de clásicos de la literatura y tratados de filosofía.

Metamorfosis BL de Kaori Tsurutani cuenta la relación entre una estudiante que tiene un trabajo de media jornada en una librería y una anciana que descubre el yaoi. El yaoi o Boys Love (de ahí las siglas "BL" del título) es un género romántico en el que los dos amantes son chicos. En contra de lo que pudiera pensarse en Occidente, no son cómics dirigidos al público gay sino a chicas adolescentes.

A diferencia del bara, que sí está dirigido al público homosexual, aquí ambos protagonistas se comportan de manera andrógina, y no hay escenas de sexo con penetración explícita. Su objetivo es ofrecer historias más picantes sin tener que hablar de relaciones heterosexuales, las cuales podrían resultar vergonzosas o intimidantes para las lectoras.

Vale aclarar que, aunque en Metamorfosis BL aparecen varias páginas de yaoi, pues es el tema que apasiona y une a las protagonistas, no pertenece al género. El manga de Kaori Tsurutani aborda un diálogo intergeneracional, dos miradas que coinciden y se ayudan a entender mejor el mundo, y a darse nuevas oportunidades.

Ichinoi vive sola desde que su marido falleció. Cuando la cafetería a la que solía ir cierra, entra en una librería y compra un cómic atraída por el dibujo. La lectura le sorprende, pero no hay prejuicios. El argumento ya la ha atrapado, y necesita saber qué sucede en el segundo tomo. Con cada regreso a la tienda irá estrechando lazos con Urara, la dependienta.

Ichinoi vuelve a sentirse viva, con ganas de disfrutar de su nueva pasión. Urara, quien guardaba su pasión por el yaoi en secreto por el qué dirán, encuentra en la anciana de 75 años la interlocutora perfecta. Es una historia relajante e íntima. Transmite la misma sensación de paz que los tebeos de Konami Tanaka o Jiro Taniguchi (El caminante).

Combina a la perfección ternura y humor. Las rayadas mentales de Urara son típicas de la adolescencia, pero se ven incrementadas a su máximo exponente influidas por la mentalidad japonesa. Por suerte para ella, Ichinoi está de vuelta de todo. Metamorfosis BL es una lectura maravillosa para reencontrarse con la felicidad de las pequeñas cosas. A cualquier edad, es posible tender un nuevo puente.

Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne


Tras leer Voyage autour de ma chambre de Xavier de Maistre, reconozco que me vine un poco arriba y quise intentarlo con otra lectura en francés. Recordaba que, durante mi estancia en Southampton, había devorado Viaje al centro de la Tierra en inglés con fascinación. Su lectura se me hizo tan amena y sencilla que supuse que no me costaría mucho más en la lengua de Molière.

Sin mirar, decidí ir a por otro de los clásicos de Verne: Veinte mil leguas de viaje submarino. ¡Ay! No sólo su extensión es mayor, casi el doble, sino que además transcurre en la parte mojada del mundo. Había olvidado ya lo mucho que había sufrido con El viejo y el mar, La isla del tesoro o Moby Dick (y de este, sólo abordé el comienzo). El vocabulario marino es infinito... y extraño.

En el arranque no me percaté de ello, pues, como Stephen King, el escritor galo te atrapa. La búsqueda y captura del narval gigante con la que abre la historia te devuelve a la infancia. Con los ojos como platos, resigues cada renglón. Volví a engancharme como hacía tiempo que no lo hacía. Estaba en la cresta de la ola cuando el profesor Aronnax pisa al Nautilus y la acción se detiene en seco.

Más de la mitad de la primera parte transcurre en las tripas del submarino, y lo más que hacen el profesor y su fiel sirviente Conseil es listar y describir minuciosamente las característica de toda criatura que se cruzan. No se saltan ni un sólo detalle de la taxonomía de cada bicho, sea mamífero, ave, pez, molusco, coral, esponja o alga. ¡Hasta el plancton!

Nunca imaginé que una aventura bajo el mar se me pudiera hacer tan árida. Así que, a pesar de mantener la firme promesa de terminarlo, cambié de lengua nada más zambullirme en la segunda parte. Sin duda, en español se me hizo mucho más llevadero. Hasta los listados de animales, que me había acostumbrado a recorrer en diagonal, captaban mi atención con algún que otro animal peculiar.

La decoración de la nave es decimonónica y absurda: grandes espejos, cuadros, suntuosas lámparas, un biblioteca con doce mil volúmenes... El clasismo está acorde con la época. No sólo Aronnax trata con inconsciente superioridad a su mayordomo, Nemo se comporta igual. El dormitorio del capitán mide cinco metros de longitud, lo mismo que el de toda su tripulación.

El personaje se aleja de la idea que tenía preconcebida de él. Lejos del aventurero, veo a un ricacho que ha convertido el fondo del océano en su finca particular, diezmándolo sin contemplación. Es tronchante cómo, cada vez que asoma un razonamiento un tanto ecologista, es decapitado rápidamente por la gula de los marineros. Todo lo que nada, corre o vuela, al Nautilus.

Bromas aparte, de no ser por la traducción española, mi opinión sobre el libro hubiera sido más negativa. Mi competencia en francés no es suficiente para este texto. En castellano, la lectura ha sido ágil, más allá de la ausencia de acción en demasiados tramos. Cabe decir, eso sí, que cuando hay acción, ya muchos quisiéramos tener el dominio de Verne.

Tanto la caza del narval, como el tramo en el Polo Sur, ponen al lector en el filo del asiento. Y si se piensa bien, algo similar debían de provocar las ristras enciclopédicas de criaturas, que ahora resultan muy aburridas por culpa de los documentales, pero que en la época podían ser tomados casi por bestiarios fantásticos.

En conjunto, y a pesar de los tropiezos, he acabado contento con el libro. Guardaré un buen recuerdo. Si de algo me arrepiento es de no haber aceptado antes mis limitaciones para lanzarme de cabeza a la obra traducida. Afortunadamente, el texto en castellano se encuentra en Wikisource al alcance de todos, al igual que otros libros del gran genio francés.

Pintura y cine: La chica danesa y Loving Vicent

La chica danesa (The Danish Girl, 2015)

La chica danesa cuenta al vida de un matrimonio de artistas que vivió en Copenhagen durante la década de 1920. Llamada Einar Wegener al nacer, Lili Elbe descubre su condición de mujer transgénero mientras posa para su esposa Gerda. A partir de aquí, se narra el conflicto interno de ambos personajes y cómo su relación se va resquebrajando.

El guion no sólo se centra en el sufrimiento de Lili y su complicado proceso de transición en pleno comienzo del siglo XX, sino también en el de Gerda, quien empieza a cosechar éxito gracias a los retratos que realiza de Lili. El origen de su triunfo pictórico es la semilla del final de su matrimonio. Ambos conflictos son tan complejos e interesantes como desgarradores. 

No dejé de sufrir durante todo el metraje. Si bien el foco recae sobre la trama de Lili, me era inevitable sentir empatía por Gerda. Ver cómo sigue amando a su desaparecido Einar, dándolo todo por no perder a la persona que más ama, es demoledor. Aunque la historia ocurrió realmente, la película está basada en una novela de David Ebershoff.

Loving Vincent (2017)

La directora polaca Dorota Kobiela concibió Loving Vincent después de realizar un estudio sobre la técnica de Van Gogh a través de su correspondencia. El proyecto estuvo madurando durante varios años hasta que, finalmente, en cooperación con el también director Hugh Welchman, y gracias a la financiación del Instituto Polaco de Cine, la película se llevó a cabo.

Su originalidad reside en sustituir los fotogramas por óleos. Para su desarrollo, no se contrataron animadores sino artistas con conocimientos de pintura clásica. La historia resigue los últimos días del genio holandés a través de los diversos y contradictorios testimonios que conoce Armand Roulin, encargado de entregar la última carta del pintor a su hermano Theo.

En contra de lo previsto, el guion me sorprendió y la ejecución me decepcionó. Esperaba un relato puramente documental y no fue así. En cambio, pese al gran trabajo realizado, las pinturas parecen fotogramas pasados por un filtro de Photoshop. Si bien la imitación del estilo es excelente, al igual que las referencias a su obra, el conjunto resulta desangelado y falto de emoción.

Superlópez: A toda crisis, de Jan

Antes del atracón de Superlópez de octubre, algo indigesto dada la calidad general de los álbumes, leí ¡A toda crisis! (2010). Podría haber estado el primero del listado, pues precede a El virus Frankenstein, pero quise dejarlo aparte porque me gustó mucho.

Buscando un regalo para Juan, que ha sido despedido de la oficina por los dichosos recortes (y por pasarse el día haciendo pajaritas de papel), Luisa se topa con un vendedor muy persuasivo. El tipo la convence para que compre unos S.I.V., o fondos de inversión. La gracia es que esto no sucede en un banco, sino en un bazar de cachivaches. Los papelotes están ahí en un palé con un cartel de oferta del 99%.

Luisa cree que podría ser una buena oportunidad para su querido Juan, ya que podrá ganar un dinero mientras pasa el temporal de la crisis. Además, como dice el trajeado dependiente, es muy fácil, "ingenieria financiera pura" para cualquiera con un "carácter decidido y emprendedor", sólo hay que "venderlos a otros, o intentar cobrar su valor".

Un poco reacio al principio, pero con deudas, Juan las acepta y prueba a cobrarlas. A medida que da vueltas por el mundo y ve que todo los pagadores están endeudados, ya se huele la tostada y empieza a tirar del hilo hasta encontrar a los de siempre detrás de todo el tejemaneje. Pero ni como Superlópez puede encarcelar a nadie, pues todo entra dentro del marco de la legalidad.

Paralelamente, se nos ha ido contando la historia de Sadik Summa'd, un consultor del Banco Central de Djebana, país norteafricano ya aparecido en divinamente dibujado El castillo de arena (1992). Huye de su despacho tras un intento de asesinato. Su intento de intentar destapar el tinglado de las subprimes, lo pone en el punto de mira de demasiados intereses económicos.

Los caminos de ambos personajes se cruzarán y la historia seguirá avanzando. A diferencia de todas las historietas que vinieron después, todo encaja y está muy bien hilvanado. Superlópez deambula de una punta a otra del globo, pero no lo hace erráticamente, sino con un fin: presentar como la estafa se ha organizado a escala mundial.

Hay peleas, humor absurdo y crítica sin compasión. La acidez con la que trata el mamoneo que hundió nuestras vidas es impecable. No se puede comparar con los años dorados de la colección, pero sí que brilla con luz propia respecto a los números que lo rodean. Decididamente, ha sido una muy grata lectura; y una alegría, volver a disfrutar de Jan casi como antaño.

Siempre hemos vivido en el castillo de Shirley Jackson


No tenía ni idea de qué iba esta novela cuando decidí que quería leerla, y tampoco sé en qué momento quedó atrapada en mi cerebro. El título y la imagen de la cubierta me resultan fascinantes y misteriosos. Existe una adaptación cinematográfica de 2018 que recién he descubierto y que, probablemente, disparara las ventas de la traducción española publicada por Editorial Minúscula en 2012.

Siempre que uno compra un libro por una corazonada de este tipo, pueden pasar dos cosas: que satisfaga nuestras expectativas, o que nos decepcione profundamente. He tenido varios tropiezos en el pasado que me han hecho precavido en este sentido. Así, aunque me sentía tentado de llevármelo a casa cada vez que lo veía en una librería, refrenaba el impulso por miedo al posible chasco.

Llevaba dos años con el reconcomio cuando me lo regalaron por mi cumpleaños. Su lectura no me ha defraudado si un ápice. No ha sido el argumento que esperaba, pero tampoco creo que hubiera podido imaginar algo así. Estoy muy contento porque la historia se ajusta perfectamente a las sensaciones que la portada había inyectado en mi cabeza.

Mary Katherine y Constance viven en una gran mansión con su tío Julian, aquejado de graves problemas de salud. Katherine se encarga de la compra mientras su hermana mayor cocina y cuida de todos. Desde las primeras líneas, el relato resulta desconcertante. Así se presenta, por ejemplo, la narradora que nos va a mantener en vilo a lo largo de doscientas páginas:
Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, la oronja mortal. El resto de mi familia ha muerto.
Sus palabras desdibujan la linde entre la realidad y sus fantasías. A excepción de las escasas salidas de Katherine para ir al colmado y a la biblioteca, los tres viven aislados dentro del caserón, ubicado en mitad de un pueblo que desprecia cualquier cosa que lleve el apellido Blackwood. La pérdida de sus parientes no hizo más que concentrar en ellos todo el odio acumulado.

Las razones que han llevado a esta situación las conocemos a pinceladas. La luz proviene de la llama intermitente de un candelabro. Cada fragmento que vislumbramos arroja espesas y alargadas sombras, fantasmas de oscuridad en las paredes cubiertas de cuadros y cortinas. Hasta el último suspiro del libro, la inquietante atmósfera gótica desazona al lector.

Yo tuve que combinar el relato de Shirley Jackson con La dependienta de Sayaka Murata. No es que su lectura aburra o se haga pesada. Al revés, en todo momento la prosa te empuja a seguir hasta quedarte sin resuello, mentalmente agotado. Lo he disfrutado y me ha horrorizado a partes iguales. El modo de abordar una historia que no sabes por dónde va a explotar es envidiable.

Para evitar dudas: no es un relato de terror sobrenatural. Todos los presentes son humanos dominados por sus bajas pasiones. La inquina de los aldeanos hacia los Blackwood no se puede medir. Igual de imposible es comprender a las dos hermanas. Leí que Jackson escribió Siempre hemos vivido en el castillo basándose en una vivencia personal. Esto sólo hace que sea mucho más estremecedor.

Un paseo por Corea y Japón de Ana Oncina


Mi pareja y yo conocimos a Ana Oncina por sus divertidas y cuquis historietas de Croqueta y Empanadilla. Si bien las dos últimas lecturas que reseñé en el blog no me entusiasmaron demasiado (el tercer recopilatorio de Croqueta y Empanadilla y Los f*cking treinta), me enamoró una historieta suya publicada en la revista Planeta Manga titulada Neko Grl.

De nuevo vía Twitter, mi pareja supo de su tienda virtual, donde, además de ilustraciones a color y de varios accesorios con sus personajes estrella, hay un diario de viaje suyo autoeditado. Como mi pareja vive muy fuerte su adicción por el país del Sol Naciente, escuchando cada semana tropecientos podcast sobre el tema, tardó cero segundos en pasar el artículo por Paypal.

Más allá del monísimo envoltorio con el que llegó a casa el paquete, Oncina vuelve a hacer gala de su sello personal, aunando humor con unos personajes tan tiernos que dormirías abrazados a ellos como si fueran peluches. A lo largo de cuarenta y dos páginas, cuenta las anécdotas que vivió con cuatro amigas recorriendo Corea y Japón, desde las más curiosas hasta las más desafortunadas.

Si bien hay algunas páginas resultan un tanto caóticas de leer, pues cada una está compuesta por un collage de dibujos y fotografías, es una lectura agradable que levanta más de una sonrisa y provoca más de una carcajada. Escuchando y leyendo el testimonio de tanta gente apasionada por el archipiélado del manga, no cabe duda que hay tantos viajes posibles como personas decidan realizarlo.

PD: ¡El libro venía dedicado! :D

Disfrutando del cine: Los niños lobo, Trainspotting 2 y Emma

Los niños lobo
(Ookami Kodomo no Ame to Yuki, 2012)

Mamoru Hosoda me había provocado sensación disímiles. La chica que saltaba en el tiempo me había desesperado y El niño y la bestia me había enamorado. Los niños lobos podría decantar la balanza hacia el amor o el odio. Por suerte, este extraño y conmovedor relato de una madre y sus dos hijos mitad humano, mitad licántropo ha inclinado el brazo hacia el lado bueno de la vida.

El director japonés recrea un mundo tan personal como el del propio Hayao Miyazaki. Si bien la calidad de la animación de sus películas no acepta reproche, la historia es la que lleva el peso de esta obra. La doble naturaleza de los protagonistas tira de ellos en direcciones opuestas, mientras su madre lucha por mantener la familia unida y feliz. Su evolución a lo largo del metraje es tan interesante como dolorosa.


T2: Trainspotting (2017)

En seguida los elogios por el increíble tráiler se convirtieron en detracciones hacia la secuela de la película de culto sinónimo de adicción y heroína. Al igual que su predecesora, está basada en un libro de Irvine Welsh, Porno (2002), a su vez continuación literaria de Trainspotting. En este caso, sin embargo, el guion diverge bastante del libro.

Veinte años después, Renton vuelve a Edimburgo buscando reconciliarse con su pasado. Las cosas no van cómo esperaba y se encuentra metido en otro chanchullo con Sick Boy mientras Franco le pisa los talones. Lo bueno de que la criticaran tanto es que no me decepcionó. Me pareció divertida, cáustica, loca y esperanzadora. Queda muy lejos del despropósito que muchos pintan.


Emma (2020)

Esta nueva adaptación cinematográfica de la novela cómica de Jane Austen guarda un rincón especial en mi memoria porque supuso la primera vez que iba al cine desde que empezamos el confinamiento en marzo. Emma Woodhouse es una joven aristócrata cuyo mayor entretenimiento es hacer de casamentera de sus amistades y relaciones. El problema es que su juicio no es siempre el acertado.

Es una historia ligera y entretenida que desata buenas risas, sobre todo el padre de la protagonista, que es un anciano hipocondríaco obsesionado con la posibilidad que una mala brisa helada le cause una neumonía. La fotografía resulta casi tan impecable como en Mujercitas. La gocé como un niño. Fue un gran respiro después de tantos meses de encierro y miedo.

Un antes y un después: Susurros del corazón y Haru en el reino de los gatos

Susurros del corazón (Mimi wo sumaseba, 1995)

Dirigida por Yoshifumi Kondō y basada en un guión adaptado por Miyazaki, Susurros del corazón no tiene nada que envidiar a las obras del maestro. De hecho, ha pasado de desconocida a una de mis favoritas de Studio Ghibli. No sólo me ha enamorado por la belleza de la animación y la alegría que transmite. También posee la receta perfecta para embelesar a mi Yo adolescente.

Shizuku es una lectora compulsiva de catorce años. Gracias a las fichas de los libros de la biblioteca, conoce a Seiji, un chico que, al igual que ella, lee con fruición y sin mesura. Él trabaja de aprendiz en una tienda de antigüedades reparando instrumentos. Su pasión por convertirse en lutier anima a Shizuku a escribir su primer relato.

Sin necesidad de teletransportamos a otros universos con brujas o trolls de boca gigante, Kondō presenta un mundo tan cotidiano como inspirador, lleno de amor por el arte y las artesanías. Sin embargo, esta atmósfera bohemia fue opacada por los pocos detalles fantásticos que hay en la historia, siendo estos los que acapararon el recuerdo colectivo, tal como evidencia la carátula sobre estos párrafos.

Lo gracioso es que dichos elementos mágicos no aparecen más que unos minutos en pantalla. Ni siquiera son parte de la trama principal, sino de la novela que imagina la protagonista. Pero el impacto fue tan poderoso que ese breve tiempo bastó para que los fans empezaran a remitir cartas al estudio pidiendo un segundo anime centrado en el libro.

La expectación debió dispararse en 1999, cuando la compañía recibió el encargo de desarrollar un corto sobre gatos y Miyazaki expresó su deseo de que aparecieran en él tanto la tienda de antigüedades como los dos felinos del relato de Shizuku, Barón y Muta. Por si fuera poco, se solicitó al creador del manga original en el que se basó Susurros del corazón que creara una secuela.

La ilusión de muchos sufrió una estocada cuando el proyecto fue cancelado. Los minutos de metraje realizado fueron utilizados como campo de pruebas para los nuevos animadores, entre los que se encontraba Hiroyuki Morita. Tras adaptar la nueva obra del mangaka Aoi Hiiragi en un guión de 525 páginas, recibió la misión de concluir la película.

El resultado llegó en 2002 con el título de Neko no ongaeshi, traducido libremente en España como Haru en el reino de los gatos. No sé si el anhelo de los seguidores recibió el premio que esperaban. Parece que tanto el guion como la animación distan mucho de la calidad que asociamos a Studio Ghibli, que aquel mismo año ganaba el Oscar por El viaje de Chihiro.

Si bien el punto de partida es divertido (Haru rescata a un minino y entonces empieza a ser agasajada con estrambóticos regalos, más adecuados para gatos que para humanos), el desarrollo carece de sentido y se siente vacío de contenido. Poco o nada tiene que ver con lo que vimos en el metraje de 1995, siendo esta suerte de spin-off objetivamente peor.

Entrado el s.XXI, han sido muchas las voces que han hablado de la decadencia de la industria del anime debido a la precarización del sector. La alta demanda exige producir más cantidad y más deprisa, los sueldos bajan para poder asumir costes, se externalizan los puestos de trabajo con mano de obra más barata,... Evidentemente, la obra final acaba viéndose afectada.

Cabe apuntar que entre Susurros y Haru murió el director de la primera, Yoshifumi Kondō, debido a un aneurisma provocado por el exceso de trabajo. Su pérdida afectó mucho a Miyazaki, quien llegó a anunciar su retiro pese a que no llegara a materializarse. Varias veces lo ha intentado y Studio Ghibli ha hecho todo lo posible para convencerlo de lo contrario.

Películas posteriores del genio japonés como El castillo ambulante (2004) o Ponyo en el acantilado (2008) se sienten un escalón por debajo de su filmografía anterior. Incluso a día de hoy hay cierta sensación schrödingeriana por saber si Studio Ghibli está vivo o muerto después de seis años desde su última producción. ¿Supuso Haru un indicio sintomático del principio del fin? Esperemos que no.

Haru en el reino de los gatos (Neko no ongaeshi, 2002)

ZzzQuil Natura, las gominolas de melatonina con aroma especial

 


El olfato es el más desapercibido de nuestros sentidos. Paladeamos el sabor, gozamos con el tacto, nos dejamos hipnotizar por la vista y permitimos que los cantos de sirena secuestren nuestros oídos. Olvidamos ese gancho profundo que nos noquea cuando una fragancia conocida inunda de imágenes y sensaciones nuestra adormecida memoria.

Todas las veces que te preguntaste si se había roto el papel y, con la punta de los dedos casi tocando tus labios, confirmaste que sí. Todas las veces que el desesperante picor te empujó a rascarte con tanta discreción como violencia y confirmaste, con la mano ondeando disimuladamente ante tu rostro, que había sido un día demasiado caluroso.

Esos son los recuerdos que nos trae de vuelta ZzzQuil Natura. Estas gominolas con melatonina nos invitarán a dormir como un bebé después de haber clavado la nariz entre dos enormes nalgas. El poderoso olor se hará fuerte en el interior del tarro violeta y, contraintuitivamente, se convertirá en un tifón a medida que queden menos golosinas en él.

Lo acabarás abriendo a distancia, evitando tocar el contenido, abrazando la apnea. Sin embargo, taimado, subrepticio, se abrirá paso hasta nuestra pituitaria para darnos la terrible sorpresa antes de caer en los brazos de Morfeo. Es el precio a pagar por vivir en un sistema que criminaliza el sueño, que lo niega, que lo opone a la vida y lo equipara a la muerte. Es la pena por sustentar esta sociedad de mierda.

El cerebro bilingüe de Albert Costa


Compré El cerebro bilingüe gracias a una oferta de Kindle Flash. Ha sido una magnífica lectura, tan entretenida y didáctica que me ha apenado sobremanera descubrir que su autor falleció prematuramente en 2018. El libro de Albert Costa es realmente accesible, lo que quiere decir que no sólo es comprensible para la mayoría de nosotros, sino también que no profundiza demasiado.

No lo digo con ninguna connotación negativa. Sólo dejo claro que aprenderemos algunas cosas que desconocíamos, y corregiremos otras que estaban equivocadas. Pero no vamos a salir de estas páginas sabiendo cómo funciona el cerebro, básicamente porque ni la neurociencia lo tiene claro todavía. El órgano más complejo de nuestro cuerpo no es fácil de descodificar.

Los investigadores deben ser perspicaces a la hora de desentrañar sus misterios. Este libro hace un gran trabajo detallándonos cómo se hacen los experimentos. Por ejemplo, ¿cómo podemos saber si existen diferencias entre la cantidad de palabras que conocen los bebés monolingües y bilingües cuando todavía carecen de habla? ¿Y su rapidez de comprensión?

Un resultado que me sorprendió está relacionado con el tiempo que tardamos los bilingües en cambiar de lengua cuando una de ellas es dominante. Curiosamente, cuesta más cambiar de la no dominante a la dominante que al revés. Una teoría es que los mecanismos de supresión que utilizamos para que no interfieran entre ellas son más numerosos en la dominante; de ahí, que se tarde más en desactivarlos.

Dividido en cinco capítulos, el primero compara el aprendizaje de la lengua en bebés monolingües y bilingües. En el segundo, explica cómo están representadas las dos lenguas en el cerebro de adultos bilingües. En el siguiente, habla del procesamiento del lenguaje. Y en el cuarto y el quinto, aprendemos cómo la experiencia bilingüe afecta a otras habilidades cognitivas y a la toma de decisiones.

El modo en el que se estructura cada capítulo allana muchísimo el camino: un ejemplo muy visual abre la senda y un resumen muy claro la cierra, avanzando unas pinceladas del siguiente. Es imposible perderse. El autor se preocupa de que lo entendamos todo e, incluso, nos anima a saber más sobre el tema sugiriendo futuros títulos con lo que ampliar este.

Como es obvio, Costa se ve obligado a explicitar que el libro es un acercamiento científico sin sesgos políticos. Y es que, desgraciadamente, demasiada gente saca las uñas cuando los resultados de los estudios no bailan al son de la música que suena dentro de sus cabezas. Es el problema de vivir en un mundo donde la ideología aplasta el conocimiento. Como dicen los surfistas: ¡A por la próxima ola!

Studio Ghibli 1992-1993: Porco Rosso y Puedo escuchar el mar

Porco Rosso (1992)

Si algo queda claro después de ver la mayoría de películas de Studio Ghibli es que ha sido la filmografía de Miyazaki la que ha copado el imaginario colectivo. La magia que desprenden sus historias es única. Su minuciosa y cuidada animación nos deja boquiabiertos, y sus aventuras llenas de fantasía nos alegran y nos invitan a soñar.

Esta felicidad, plasmada en coloridas estampas para el recuerdo, no carece de mensaje. Porco Rosso vuelve a cargar sin tapujos contra la guerra tal como ya hicieran Nausicaä o El castillo en el Cielo. Al estar situada en el periodo de entreguerras de 1930, no faltan las críticas y burlas hacia el pujante movimiento fascista, incluido un bobalicón con bigote hitleriano.

La película combina escenas de acción y humor con otras más introspectivas en las que el protagonista, ex combatiente de la Primera Guerra Mundial, evoca a sus compañeros caídos. La maldición que lo mantiene convertido en cerdo refleja su conflicto interior, a la vez que le confiere su rasgo más característico. El críptico final no hace más que acrecentar su figura, ya de por sí fascinante. 

Puedo escuchar el mar (Umi ga kikoeru, 1993) 

Si a TotoroNicky, la aprendiz de bruja les siguieron películas del maestro Isao Takahata, director más realista y costumbrista que Miyazaki, en 1993 llegó el turno de Tomomi Mochizuki. Pese a que en un principio el guion iba a ser asignado a uno de los dos grandes del estudio, al final se decidió dejarla en manos de un equipo más joven de artistas.

La historia es sencilla. Una nueva estudiante procedente de Tokio llamada Rikako llega al instituto de Taku y Yutaka en la ciudad costera de Kochi. Ella se encuentra desubicada y furiosa por haber tenido que dejar la capital a causa del divorcio de sus padres. Sin quererlo, Taku se verá involucrado en los problemas de Rikako, lo cual acabará trayéndole problemas con su mejor amigo.

La trama comparte similitudes con Recuerdos de ayer, pues en ambos casos un viaje en el presente es el desencadenante de los flashbacks de la juventud del protagonista. Aunque las dos tratan del paso a la madurez, Puedo escuchar el mar lo hace más centrada en el romance que en la evolución del personaje. Si bien es un excelente trabajo de animación, queda lejos de las grandes obras del estudio.

Grow: The Art of Koyamori


El provecho que mi pareja le ha sacado a Twitter en apenas un año deja más que claro que durante una década he estado usando mal la red del pajarito. No sólo encuentra buenas ofertas, sino que descubre libros y autores verdaderamente interesantes. Este es el caso de Koyamori, una artista canadiense de ascendencia asiática con un talento exquisito para las acuarelas.

Sus delicadas ilustraciones pueden decantarse tanto por un tono cómico y adorable como por otro más introspectivo y melancólico. Como puede verse sobre estas líneas, la divertida sobrecubierta del libro ha sido invadida hasta su último resquicio por sonrientes y bonachones espíritus redondos como pastelitos mochi.

Si aguzamos la mirada, podremos ver, sin embargo, una figura humana en el centro, con una flor abierta sobre el corazón, perfecta metáfora del título: Grow. La artista muestra su crecimiento personal y profesional a través de casi doscientas láminas en las que los distintos motivos y colores se van sumando, plasmando una suerte de viaje sentimental íntimo y silencioso.

Incertidumbre, fragilidad, miedo, pero también fascinación y felicidad, atraviesan las hojas de este volumen donde la figura femenina vive en armonía con la flora y la fauna real y mitológica. Si bien su estilo bebe principalmente del cómic manga y el arte tradicional oriental, no pasa desapercibida la influencia de Occidente en su mirada y sus pinceles.

Al principio, un turbulento mar rodea a las protagonistas de las ilustraciones, cuyo azul arrastra pálidos pétalos rosados hasta hacerlos desaparecer. Un sol anaranjado hace presencia y, antes de desaparecer, desvirtúa el frío lapizlázuli de las aguas revueltas, que cobran tonos liláceos y amarillos. Es el disparo de salida para que la paleta se libre de la triste monocromía.

Gatos, serpientes, peces, escarabajos, mariposas, brotes que nacen, flores que se abren, vendrán al rescate del horror vacui. Una veces será la línea, otras la mancha, las que roben el cetro al blanco de la página. Hacia el final, un caleidoscopio de colores será el encargado de combatir la pesadumbre y alzarse con la victoria, aceptando más que derrotando sus demonios interiores.

Este recorrido visual tan terapéutico como cautivador consigue lo que pocos libros de ilustraciones han logrado: que lo termine como si de un relato se tratase. No es un recopilatorio de planchas sueltas. Hay unidad de obra, un hilo de Ariadna que te invita a recorrer un laberinto emocional, encandilado por su belleza, sus innumerables detalles, y sus posible significado. Una obra realmente hermosa.

Más sobre Koyamori:

Lo contrario de la muerte de Roberto Saviano


Debate publica dos artículos del autor del superventas Gomorra: Lo contrario de la muerte. Regreso a Kabul y El anillo. En ambos se habla de la vida en los pueblos del sur de Italia. Se trata la miseria de unas regiones depauperadas donde los más jóvenes tienen dos oportunidades escabrosas para labrarse un porvenir: la guerra y la mafia.

El primero, que da título al libro, describe cómo, antes Bosnia y más tarde Afganistán, se convirtieron en los destinos de la juventud de las zonas deprimidas de Italia. Lo hace a través del testimonio de Maria, viuda de Enzo, muerto en Kabul. El segundo critica los prejuicios que en el resto del país se tiene del Sur y su relación con la mafia, como si se tratara de una simple elección a voluntad.

No son análisis profundos, sino documentos testimoniales. Saviano quieres acercarnos la palabra de aquellos que guardan silencio por voluntad propia o por una bala en la sien. Su tono es íntimo y poético. Apunta directo al corazón. Bordea el melodrama sin traspasar la línea, combinando a la perfección el delicado lirismo con la cruel realidad socioeconómica.

Es una lectura muy breve de menos de cien páginas. Su estilo muestra la emoción contenida de quien conoce el dolor pero debe refrenarse para poder seguir hablando y no deshacerse en lágrimas. Transmite vigorosamente la pena y el fatalismo que siente la población de la Italia meridional. Sin duda, dos artículos preciosos que me alegro mucho de haber disfrutado en este aciago año.

Joe and Mac Caveman Ninja, nostalgia prehistórica


Joe and Mac Caveman Ninja es, para mí, un clásico de mis años de colegio, y no porque lo jugara con fervor. De hecho, creo que no lo eché ni una moneda. Recuerdo que delante del colegio había una bar con una recreativa del Street Fighter II. Y, luego, en otro acodadero de cervezas y colillas del barrio, no sé precisar cuál, había otra máquina con el juego de los cavernícolas.

Ambos se me quedaron en la memoria, junto con mis ganas de jugarlos. Tanto es así que llegué a pedir a mis padres que me compraran la Super Nintendo por Navidades para poder pelear con Ryu, Chun-Li y compañía. La ironía es que, cuando llegó el día de pasar por caja, me decidí por otro de Dragon Ball. La peor elección de mi vida. Cómo me aburrí con aquel juego.

Super Mario WorldDragon Ball Z: Super Butōden compusieron mi exclusivísima colección nintendera. No hubo más. Sin duda, mi afición por los videojuegos ha ido a la par con mis habilidades. Mucho más tarde, terminada la universidad, descubrí los emuladores para PC y me volví a enganchar. Así, conseguí pasarme el Super Mario 64 y reencontrarme con los disparates de Joe y Mac. 

Pese a que el juego contiene buenas dosis de humor a base de rostros desencajados, anacronías descacharrantes y toques picantes, fue un reencuentro frustrante. No pasé de la cuarta pantalla y no me animé a seguir intentándolo. Tuvieron que pasar varios años para que una oferta en Switch que prácticamente lo regalaba me invitará a intentarlo de nuevo. 

Lo gracioso es que esta vez lo superé sin demasiados obstáculos. La razón está en que hasta el día de hoy no sabía que en el juego existía el doble salto. Cuando ataqué en su día el juego pirata, había veces que llegaba a los sitios y otras no, y no sabía por qué. Creía que no ajustaba bien el brinco del cromañón y, sencillamente, me despeñaba por torpe.

Tampoco voy a sacar pecho. Está claro que si lo he superado es porque ahora existe el autoguardado y no tengo que preocuparme demasiado por las vidas. La versión de Switch no es mucho mejor que aquella ROM que ya perdí de vista a saber en qué pila de cedés. Es bastante cutrilla pero, por un precio irrisorio, he tenido la posiblidad de volver a controlar a la pareja de gañanes.

Como he dicho, lleva el humor por bandera. Tiene muchas japonesadas, y las muecas de los personajes son puro Chicho Terremoto. El objetvo es sencillo: los neandertales han secuestrados a las mujeres de la aldea y la pareja de forzudos en taparrabos deben recuperarlas. Por el camino encararán a otros trogloditas, pero tambén a pterodáctilos, tiranosaurios, peces prehistóricos y plantas carnívoras.

Pese al mucho cariño que le tengo, y lo gracioso que me resulta, el juego es muy breve. Creó que lo finiquité en media hora. Tampoco ha recibido ninguna mejora para su estreno en la portátil de Nintendo, y se ve regular. Esto no quita que si uno lo encuentra de oferta, menos de dos euros en mi caso, no valga la pena y echarse unas cuantas carcajadas llenas de nostalgia.